martes, 12 de noviembre de 2013

Se lanzó el Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista - IV Internacional

 El 25/8 se realizó en el Estadio Cubierto de Atlanta de la Ciudad de Buenos Aires, el Acto Internacionalista que dio cierre a la VIII Conferencia Internacional de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional (FT-CI) con las consignas ¡Viva la lucha de los Trabajadores y la Juventud! ¡Abajo la represión de los militares golpistas en Egipto! ¡Qué la crisis la paguen los capitalistas! y ¡por una internacional de la revolución socialista, la Cuarta Internacional!

Cientos de jóvenes estudiantes y trabajadores fueron los más destacados protagonistas de los más de 2.000 asistentes de Capital y el Gran Buenos Aires, que siguieron con atención los saludos de las delegaciones de Chile, Brasil, Bolivia, México, Estado español, Francia, Alemania, Venezuela, Costa Rica y Uruguay. Así fue posible conocer la intervención de cada una de las organizaciones que integran la Fracción Trotskista, en el marco del desarrollo de la lucha de clases actual y las principales conclusiones y propuestas votadas en la Conferencia.

El acto de cierre fue el espacio donde se sintetizaron las principales conclusiones de la Conferencia: desde los históricos resultados de las elecciones en Argentina que anticiparon la obtención de diputaciones trotskistas escala nacional y provincial[1] por parte del FIT (compuesto por el PTS, PO e IS: quedando reflejadas las condiciones favorables para construir un partido de trabajadores revolucionarios en ese país) hasta importantes intercambios sobre la situación internacional, la economía y la relaciones interestatales.

Además de estas deliberaciones, en la Conferencia se expusieron las vías para superar cualitativamente lo que hoy es la FT-CI como organización internacional, y se votó un Manifiesto programático dirigido a impulsar el debate y la práctica política común con las distintas corrientes o alas izquierdas que se orienten a la revolución social, en el marco de impulsar un Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista (MIRSCI) como paso transitorio para reconstruir la IV Internacional, el partido mundial de la revolución.

El Manifiesto votado en la VIII Conferencia tiende a caracterizar la situación mundial, así como poner a consideración los principales núcleos estratégicos y programáticos que  delimitan en el campo de la izquierda una estrategia verdaderamente revolucionaria. A lo largo de varios apartados se aborda la crisis histórica por la que atraviesa el capitalismo, la relación entre movimiento obrero y dirección revolucionaria, la necesidad de un internacionalismo de combate para reconstruir la IV Internacional, entre otros aspectos que presentamos sintéticamente a continuación.[2]


Una crisis capitalista de magnitud histórica

El sistema capitalista mundial está atravesando el sexto año de una crisis económica, política y social de dimensiones históricas. Bajo los golpes de la crisis y los ataques de los gobiernos y los capitalistas, la lucha de los explotados está retornando a la escena política, pero a diferencia de la “primavera de los pueblos” de 1848, la actual oleada de procesos de resistencia no es consecuencia de los dolores de parto del capitalismo sino fruto de su decadencia. La crisis actual refleja con especial claridad que el capitalismo no pudo encontrar el camino a un nuevo ciclo de crecimiento prolongado, y que sus contradicciones han vuelto a estallar llevando al conjunto del sistema a una crisis de magnitud histórica.

La crisis económica no ha dejado de tener repercusiones en el terreno político y social como ha quedado en evidencia con la “Primavera árabe”, que abrió un nuevo ciclo ascendente de la lucha de clases a nivel internacional, luego de décadas de retroceso y ofensiva burguesa. Los fenómenos de resistencia también se expresan en los centros del capitalismo mundial, principalmente en los países de la Unión Europea sometidos a los planes de ajuste como Grecia, el Estado Español o Portugal.

Paralelamente la juventud viene actuando como caja de resonancia de las contradicciones sociales, como ya se ha visto en procesos como la lucha estudiantil en Chile, pasando por los indignados en el Estado español, los jóvenes del #yosoy132 en México y el movimiento OWS en Estados Unidos; los que tomaron la Plaza Tahrir en Egipto contra la dictadura de Mubarak, los de la Plaza Taksim en Turquía, o los cientos de miles que inundaron las ciudades de Brasil en el mes de junio; anticipando en muchos casos conflictos de clase.

Estos procesos de lucha se presentan en momentos en que la crisis económica encuentra a los EE.UU. en un acelerado proceso de decadencia hegemónica, sin que todavía ninguna potencia imperialista se encuentre en capacidad de ocupar su lugar dominante en el mundo; y a la vez que ni China ni ningún país de los llamados “emergentes” -con una estructura económica dependiente del capital internacional- puede actuar como motor capaz de sacar al capitalismo de la crisis, cuando esta tiene su epicentro en el corazón del sistema imperialista.

El capitalismo en su decadencia amenaza la continuidad misma de la vida en el planeta con su contaminación, militarización y uso desproporcionado de los recursos naturales; al mismo tiempo que somete a millones de trabajadores a condiciones de explotación y precariedad insoportables.

Movimiento obrero y dirección revolucionaria


El retorno a escena del movimiento obrero y la continuidad de la crisis mundial plantean la perspectiva de mayores enfrentamientos entre las clases, más allá de que la clase obrera esté entrando al combate cargando con las consecuencias de una larga etapa de ofensiva patronal bajo el programa neoliberal, a lo que se suma la restauración capitalista en los ex Estados obreros burocratizados y la desaparición de la revolución socialista del horizonte de los explotados, producto de la identificación de los regímenes estalinistas con el socialismo.

Aunque los trabajadores todavía tienen al frente de sus organizaciones a burocracias sindicales cuyo rol es contener el descontento obrero y popular contra los capitalistas y sus gobiernos, lo que forma parte de la crisis histórica de dirección que arrastra el movimiento obrero, la nueva situación mundial que se está abriendo pone al descubierto las oportunidades para empezar a resolverla, construyendo sólidos partidos revolucionarios que se dirijan a la reconstrucción de la IV Internacional.

Hasta las primeras décadas del siglo XX la experiencia acumulada del movimiento obrero tuvo sus máximas expresiones en los cuatro primeros congresos de la III Internacional, previo a su degeneración estalinista y luego en la IV Internacional fundada por Trotsky. Sin embargo, la IV Internacional, que representaba la alternativa al estalinismo y la continuidad del marxismo revolucionario, no se transformó en una organización con peso de masas, debido al contradictorio resultado de la II Guerra Mundial, que terminó fortaleciendo al stalinismo y a las variantes reformistas y socialdemócratas.

Por un internacionalismo de combate y un Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista (Cuarta Internacional)

La necesidad del internacionalismo proletario surge del carácter mundial de las fuerzas productivas y de la propia clase obrera, que es internacional, al mismo tiempo, la experiencia de las revoluciones sociales del siglo XX ha demostrado en los hechos que es imposible construir el socialismo en un solo país. Lo anterior es así porque los imperialistas además de sus “Estados Mayores” nacionales han contado con sus instituciones internacionales al servicio de mantener la opresión de los pueblos y evitar la revolución; respondiendo con todos los medios a su disposición (políticos, económicos y militares) para derrotar los intentos de los trabajadores por expropiar a los capitalistas y construir un nuevo estado, como lo demostraron frente a la Revolución Rusa.

La Fracción Trotskista – Cuarta Internacional surgió a finales de la década de 1980 en momentos donde la mayoría de las organizaciones que se reivindicaban del trotskismo lo abandonaban. Nos constituimos como un reagrupamiento principista con el objetivo de defender la teoría, el programa y la estrategia revolucionaria, buscando profundizar nuestra inserción en el movimiento obrero y la vanguardia juvenil, y desarrollar una práctica internacionalista. Pero a pesar de esto ninguna organización internacional de las actualmente existentes que se reclaman revolucionarias –incluida la FT-CI- puede resolver por sí misma la crisis de dirección histórica que arrastra la clase trabajadora. Al contrario, la construcción de partidos obreros revolucionarios y la refundación de la Cuarta Internacional será el resultado de la fusión de alas izquierda de las organizaciones trotskistas y sectores de la vanguardia obrera y juvenil que se orienten hacia la revolución social.

Creemos que no se trata de esperar pasivamente a que se produzcan estos acontecimientos, sino de llegar a ellos con la mejor preparación teórica, programática, estratégica y organizativa posible, con tal de sentar las bases que permitan impulsar un Movimiento por una Internacional de la Revolución Social, como paso transitorio para avanzar hacia la refundación de la IV Internacional sobre bases revolucionarias.

A escala internacional hacemos este llamado a los compañeros de la Plataforma Z y la Plataforma Y del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia que ven necesario enfrentar la política de la dirección mayoritaria del NPA de establecer un bloque permanente con el reformista Front de Gauche de Mélenchon, a los compañeros del ex Secretariado Unificado de otros países que enfrentan la orientación mayoritaria de generalizar este tipo de bloques con reformistas, como quienes resisten la línea de subordinación a Syriza en Grecia. También hacemos este llamado a los compañeros del Partido Obrero de Argentina y a la Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional, con quienes integramos en Argentina el Frente de Izquierda y los Trabajadores; al sector de los mineros de Huanuni en Bolivia que han batallado por la independencia política frente al gobierno de Evo Morales y por la construcción de un partido de trabajadores, a pesar del sabotaje de la burocracia sindical vinculada con el oficialismo; y a todas aquellas organizaciones de la izquierda revolucionaria o de la vanguardia obrera y juvenil que busquen un camino hacia la revolución. El reagrupamiento revolucionario que hoy necesitamos no puede basarse solo en principios generales, sino que debe partir de acuerdos frente a las grandes cuestiones estratégicas que ya la crisis capitalista ha puesto en debate en la izquierda mundial. Este manifiesto está puesto al servicio de ese objetivo, por eso llamamos al debate y a la acción práctica en común en la lucha de clases.

La importancia de las demandas transitorias para enfrentar la crisis capitalista


Contra la política de resignación ante los cierres de fábricas, levantamos la expropiación sin pago de las empresas que cierren o reduzcan drásticamente sus puestos de trabajo y su puesta en funcionamiento bajo control obrero. Ninguna intervención de los funcionarios del Estado burgués va a velar por los intereses de los trabajadores, solo el control obrero de la producción, en tanto escuela de planificación económica, puede preparar una alternativa frente a la desorganización capitalista.

Los trabajadores de Zanon en Argentina demostraron durante la crisis de 2001 que son un ejemplo para todos los trabajadores que hoy enfrentan la crisis, peleando por un programa para el conjunto de la clase trabajadora y que la crisis la paguen los explotadores, en contra de establecer como fin cooperativas.

Además del control obrero, los revolucionarios luchamos por la nacionalización de ramas enteras de la producción y de los servicios bajo el control de los trabajadores, el reparto de las horas de trabajo entre todos los trabajadores sin afectar el salario, así como la nacionalización de la banca y su unificación en un sistema estatal único de crédito e inversión en función de los intereses de los trabajadores y los sectores populares. Impulsamos estas demandas apuntando a que el proletariado gane  como aliados a los sectores medios arruinados y expoliados por el capital, y a las capas más sumergidas de los pobres urbanos.

Para llevar adelante este programa, la clase obrera deberá tomar medidas de autodefensa, lo que incluye en perspectiva la organización de milicias obreras para responder al ataque de los capitalistas.

El rol de las demandas democráticas

Las demandas democráticas toman una importancia cada vez mayor frente a la profundización de la crisis económica y social. En diversas partes del mundo queda al descubierto el carácter cada vez más despótico de dominio del capital, esto se ve desde la tendencia a reforzar el poder ejecutivo, hasta el peso cada vez mayor que cobran en la Unión Europea instituciones burguesas no electas como la burocracia de Bruselas -bajo fuerte influencia de Alemania- o el Banco Central Europeo. Estas instituciones toman decisiones que condenan a millones de personas a sufrir la miseria.

Paralelamente a la aparición de formas despóticas de dominio por parte del capital, se desarrolla una importante crisis de los partidos tradicionales y las tendencias a la “antipolítica” en distintas partes del mundo, que son parte de un proceso más general de desgaste de los regímenes democrático burgueses.

La alternancia en el poder de los partidos tradicionales no comprende más que mínimas variantes de un mismo programa de ajuste y cercenamiento de los derechos sociales, mientras que los “representantes del pueblo” (Diputados, Ministros, Presidentes) aparecen cada vez más como lo que realmente son: una inmensa casta de políticos burgueses y funcionarios, que con sus cuantiosas dietas utilizan sus puestos para garantizarse negocios personales.

Junto a la mayor preeminencia del poder ejecutivo unipersonal, se desarrollan niveles inusitados de control social, se avasallan los derechos individuales apelando el discurso de la “seguridad” que se ha convertido en el argumento por excelencia para criminalizar la pobreza, perseguir a los inmigrantes y financiar enormes aparatos de inteligencia para vigilar a la población; como quedó al descubierto con las revelaciones realizadas por Edward Snowden.

Frente a este panorama de degradación de los regímenes democrático-burgueses y de una casta de políticos de la burguesía que vive llena de privilegios a costa de las penurias de millones, los marxistas revolucionarios levantamos consignas democrático radicales transicionales legadas por la Comuna de París de 1871: entre ellas que todos los funcionarios y cargos electivos cobren un salario igual al de un trabajador medio, la revocabilidad inmediata de mandatos para todos los cargos de elección popular, la eliminación de la institución bonapartista de la presidencia de la república, así como la conformación de una cámara única que fusione los poderes ejecutivo y legislativo y que sea electa por sufragio verdaderamente universal, donde voten todos los residentes mayores de 15 años sin distinción de su nacionalidad de origen.

Este conjunto de medidas están orientadas a acelerar la experiencia de las masas con sus ilusiones democráticas y así facilitar el camino al poder obrero. Levantamos estas consignas democráticas no como un fin en sí mismo, sino con un carácter transicional en la perspectiva de destruir el estado burgués, su ejército permanente y sus cuerpos de policía y reemplazarlo por un estado obrero basado en organismos de democracia directa y milicias obreras y populares.

La “Primavera árabe”, la lucha del pueblo palestino y la revolución permanente


El Norte de África se transformó en el punto más agudo de la lucha de clases, abarcando desde procesos revolucionarios profundos como en Egipto y Túnez, hasta intervenciones imperialistas como en Libia y guerras civiles como en Siria. Por la importancia económica y geoestratégica que tiene la región, estos procesos han concentrado una serie de debates programáticos y estratégicos en la izquierda mundial, mostrando que lejos de ser “revoluciones democráticas”, las “transiciones controladas”, se enmarcan en la necesidad imperialista de mantener el statu quo regional y la rapaz expoliación de sus distintos países, mientras niegan la satisfacción efectiva de las profundas demandas de los explotados.

En países como Egipto y Túnez, la clase obrera ha jugado un rol importante en la caída de los regímenes dictatoriales. En el caso de Egipto, sectores avanzados de los trabajadores como los de la gran fábrica textil de Al Mahalla constituyeron la vanguardia en la lucha contra Mubarak y luego, contra las direcciones de empresas ligadas a los militares y contra las leyes antihuelgas. También enfrentaron las políticas neoliberales del gobierno islamista moderado encabezado por la Hermandad Musulmana, que llevaron a las históricas movilizaciones de millones que inundaron Egipto en julio de 2013. Sin embargo, para evitar un desarrollo revolucionario de los acontecimientos, el ejército dio un golpe “preventivo” erigiendo un nuevo gobierno bonapartista, antiobrero, y proimperialista, con las figuras de la oposición burguesa.

Las organizaciones islamistas moderadas que accedieron al poder –tanto el depuesto Partido Justicia y Libertad en Egipto como también el partido Ennhada en Túnez– son fuerzas burguesas que predican una mezcla de rigorismo religioso, populismo clientelista y neoliberalismo económico; por eso los revolucionarios combatimos estas corrientes políticas partiendo de una orientación de clase y antiimperialista, y no construyendo frentes con sectores de la burguesía liberal y laica o de su personal político.

El proceso revolucionario egipcio demuestra que no hay revolución democrática sin dar respuesta definitiva a las demandas ligadas a las condiciones de vida de las masas, y estas últimas no pueden lograrse sin terminar con la opresión imperialista: esta es la primera cuestión democrática estructural que debe resolver la revolución y solo podrá ser llevada hasta el final por la clase trabajadora.

En otro plano, en casos de guerra civil abierta como en Libia, es insostenible separar la lucha militar contra las dictaduras de la lucha contra el imperialismo dejando en segundo plano qué clase hegemoniza el proceso y cuál es su contenido social. La subordinación de lo político a lo militar lleva a confundir la intervención de la OTAN en la caída de Kadafi con un “triunfo” del movimiento de masas, justamente cuando la política de Estados Unidos y otras potencias es montarse en los movimientos antidictatoriales para limitarlos a lo sumo a un cambio de gobierno para conquistar nuevos aliados-clientes, y evitar de esta manera que los procesos adquieran una dinámica “permanentista”, es decir, que se eleven a la lucha contra el estado burgués y el imperialismo. En Siria repiten la misma política quienes se ubican acríticamente en el “bando rebelde”, sin ninguna delimitación ni estrategia independiente de las direcciones proimperialistas, sostenidas por los aliados de Estados Unidos.

Para el caso del pueblo de Palestina, vital para romper la ingeniería imperialista que prevalece en la región, defendemos el derecho al retorno de todos los refugiados palestinos, expulsados de sus tierras por la colonización sionista y su continuidad bajo la ocupación militar y la extensión de asentamientos de colonos. Contra la falsa solución de dos estados y la estrategia reaccionaria de las direcciones islámicas que buscan establecer un estado teocrático, luchamos por el desmantelamiento del Estado de Israel como enclave proimperialista y colonial y por un estado único palestino en todo el territorio histórico, una Palestina obrera y socialista donde puedan convivir en paz árabes y judíos.

La revolución árabe solo puede triunfar como revolución permanente, esto es, mediante la toma del poder por los trabajadores apoyándose en las masas pobres y a través de sus organismos de lucha, y extendiendo la revolución internacional contra el dominio de sus burguesías nacionales y el imperialismo.

Contra el imperialismo y por la independencia política de la clase obrera en América Latina

Entre fines de la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI América latina vivió un ascenso de masas protagonizado por los aliados del proletariado: los pobres de la ciudad y el campo y los sectores más explotados de la clase obrera como los desocupados en Argentina.  Como producto de este ascenso cayeron los gobiernos neoliberales que adherían al llamado “Consenso de Washington” y asumieron gobiernos autodenominados “progresistas” de corte populista o nacionalista.

Estos gobiernos se beneficiaron de una década de crecimiento económico excepcional, durante la cual utilizaron una parte de la renta para desarrollar sectores burgueses ligados al mercado interno vía subsidios, tarifas bajas, devaluaciones, etc., pero no hicieron ninguna transformación estructural, y a pesar de su discurso, utilizaron el estado para su propio beneficio y para intentar crear una burguesía amiga. Con distintos ritmos y dinámicas estos gobiernos en países como Argentina, Bolivia, Brasil o Venezuela, comenzaron a agotarse.

El proceso inicial de agotamiento de estos gobiernos “posneoliberales” viene de la mano de la vuelta a escena del movimiento obrero, dando lugar tanto a fenómenos de lucha y reorganización sindical como políticos, como se vió en Argentina en noviembre de 2012; en Bolivia con la gran lucha contra la ley de pensiones que tuvo en vilo al gobierno de Evo Morales durante dos semanas, o en Brasil en julio de 2013, luego de las históricas movilizaciones de la juventud que conmovieron al país, donde se desarrolló una jornada de lucha nacional, la primera acción en décadas de esta naturaleza. Y en Uruguay, la histórica huelga de 32 días que protagonizaron los docentes durante la primera mitad de 2013, también es parte de un cambio de clima en el movimiento obrero, con un creciente descontento con el Frente Amplio.

Sostenemos que es clave pelear por la plena independencia política de los trabajadores frente a los gobiernos de la región, frente al Estado y los partidos de la burguesía.

En el caso del chavismo –que fue la variante más de “izquierda” de los populismos latinoamericanos-, aunque hay que reconocer que hizo algunas concesiones a los sectores más pobres de la población sobre la base de una cierta redistribución de la renta petrolera aprovechando la suba del precio del petróleo; no cambió en lo esencial la estructura del país. Aun con su fuerte retórica “revolucionaria”, el proyecto de Chávez no dejó de ser un  proyecto nacionalista burgués que perseguía lograr mejores condiciones de captación de la renta petrolera con el supuesto objetivo de “diversificar la economía nacional”, “industrializar” el país, de la mano de los capitalistas nacionales y también capitales imperialistas asociados, como se expresa en las grandes empresas mixtas petroleras y de la explotación del gas.

Mientras tanto en el plano externo, aunque el chavismo tuvo en sus inicios una política relativamente independiente de los dictados de Washington, como se expresó en los casos de la oposición al ALCA, creación del ALBA, entrega de petróleo a Cuba, la relación estrecha con Irán o el alineamiento con China y Rusia, etc; hacia los últimos años adoptó una política exterior funcional a los intereses del imperialismo estadounidense, al colaborar estrechamente con el gobierno proimperialista de Santos en Colombia, primero pidiendo la rendición de las guerrillas y luego con trabajos de inteligencia común que implicaron el apresamiento y la entrega de militantes de las guerrillas, así como jugó un papel clave en la legitimación y estabilización del régimen surgido en Honduras tras el golpe auspiciado por los EE.UU., sellando luego su entrada en el Mercosur y pasando hacia un segundo plano la política del Alba.

El régimen chavista tuvo rasgos de bonapartismo sui generis de izquierda, de los cuales el cardenismo en México y el peronismo en Argentina son los ejemplos más salientes. Sin embargo, comparado históricamente, tuvo un alcance mucho más limitado, lo que se expresa en que no produjo ningún cambio estructural en el carácter dependiente y rentístico del país.

Aunque el chavismo hable de “socialismo”, en Venezuela no se ha tocado la organización social basada en la propiedad privada y la explotación capitalista, más allá de la compra a precio de mercado de algunas compañías por parte del Estado.

La izquierda se dividió ante estos gobiernos populistas: por un lado surgió una izquierda populista en el continente que tomó el “socialismo del siglo XXI” como modelo posible, pero también se expresó en la adaptación de gran parte de las corrientes de izquierda que se reclaman revolucionarias o marxistas a las variantes chavistas o “evomoralistas”, abandonando la lucha elemental por la independencia política de la clase obrera.

Incluso hubo corrientes que directamente se sumaron al carro del reformismo burgués, la centroizquierda y el nacionalismo, y que han desaparecido para todos los efectos prácticos como tendencias independientes, entre ellos la mayoría de DS (SU) en el PT, proporcionándole incluso ministros; El Militante en el PRD y detrás de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México, así como integrándose al PSUV en Venezuela.

Otras corrientes como la LIT o la UIT tuvieron una política oscilante pero igual de capituladora: el grupo de la UIT pasó de la subordinación al chavismo durante largos años llamando a “reventar las urnas” de votos por Chávez en las presidenciales del 2006 a contraer alianzas con burócratas sindicales orgánicos de los partidos de la derecha, mientras que la LIT -quien también llamó a votar por Chávez en las mismas presidenciales- confluyó en el voto “No” de la oposición burguesa en el referéndum constitucional de 2007. Detrás de estos vaivenes y zigzags, sin anclaje en la más elemental independencia de clase y antiimperialista, está la lógica de la “teoría revolución democrática”, que los termina llevando a encolumnarse tras las supuestas banderas de la “democracia” de la derecha sin denunciar que detrás de las mismas actúa el imperialismo norteamericano.

Para los revolucionarios la lucha contra el imperialismo es un problema de principios. No es posible asegurar la liberación nacional ni la unidad latinoamericana sin romper con el imperialismo.

Contra el bloqueo imperialista y la restauración capitalista en Cuba

La política hacia Cuba divide aguas en la izquierda latinoamericana y mundial: por un lado están quienes confundiendo la defensa de las conquistas que aún se conservan de la revolución, terminan defendiendo incondicionalmente el régimen de partido único del Partido Comunista Cubano y los Castro. Esta izquierda populista usa al viejo argumento de que cualquier crítica al gobierno de Raúl “le hace el juego a la derecha y al imperialismo” y, de esa manera, pretende obturar toda discusión sobre las medidas de restauración capitalista gradual que viene aplicando el régimen cubano y que están degradando cada vez más las bases del estado obrero.

En el extremo opuesto, corrientes como la LIT sostienen que en Cuba ya se ha restaurado el capitalismo, que la lucha contra el bloqueo imperialista no tiene importancia y que la clave es llevar adelante una “revolución democrática” contra el régimen cubano al que consideran una “dictadura capitalista” como las del cono sur.

Esta política, que implica la unidad de todos los que se oponen a la “dictadura”, ubica a la LIT en el mismo campo restauracionista de la disidencia interna procapitalista, los gusanos de Miami y el gobierno de Obama. Contra estas dos posiciones, levantamos un programa de revolución política y social que parta de la lucha contra el bloqueo imperialista y de la defensa de las conquistas que aunque degradadas por la acción de la burocracia, aún quedan de la revolución.

Defendemos el derecho de reunión, expresión y organización sindical y política de los trabajadores. Contra el régimen de partido único y la política imperialista de establecer una democracia burguesa parlamentaria, luchamos por un estado obrero revolucionario basado en consejos de trabajadores, campesinos y soldados y por la plena legalidad para los partidos que defiendan las conquistas de la revolución y los que se reivindiquen anticapitalistas. Luchamos por revertir las medidas de ajuste, como los despidos y los recortes de beneficios como los comedores obreros, revisar de manera exhaustiva y radical las medidas adoptadas durante el “período especial” y el gobierno de Raúl, incluyendo las concesiones al capital extranjero, por el control obrero de la producción y de las empresas hoy en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (uno de los agentes internos de la restauración capitalista), por el restablecimiento del monopolio del comercio exterior y por reorientar la economía en beneficio de los intereses de la revolución y de los trabajadores, los campesinos y las masas populares cubanas, estableciendo una planificación democrática de la economía. La lucha contra la restauración capitalista en Cuba es parte de la lucha por la revolución social en el conjunto de América Latina.

Por partidos de trabajadores revolucionarios e internacionalistas


Un partido de trabajadores revolucionario debe tomar –como decía Lenin– todas las injurias, las ofensas y los abusos que sufren los sectores populares y los oprimidos en general para que la clase obrera conquiste la hegemonía sobre las clases oprimidas y sectores medios expoliados por el capital y sea posible derrotar a la burguesía y tomar el poder.

Cediendo al “espíritu de época” reaccionario, propio de la etapa de la restauración burguesa, un sector importante de las corrientes de izquierda de origen trotskista sostuvo que para huir del “corporativismo obrerista” y adoptar una estrategia hegemónica era necesario poner en pie “partidos amplios” o alianzas electoralistas donde se diluya el carácter de clase para incluir dentro de ellos la pluralidad de los “nuevos movimientos sociales”.

Algunos ejemplos de esta política oportunista son la coalición RESPECT que integraba el SWP británico junto con sectores burgueses de la comunidad musulmana, o la conformación del NPA, un partido sin delimitación estratégica, cuya dirección ahora impulsa un bloque permanente con el reformista Front de Gauche de Mélenchon.

Hoy, frente al creciente protagonismo de la clase trabajadora y el proceso de su recomposición subjetiva, este escepticismo en la clase obrera y su capacidad hegemónica, así como la política oportunista que le sirve de correlato, son cada vez más perniciosos.

En el terreno electoral, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) de Argentina, que conformamos el PTS, junto al Partido Obrero e Izquierda Socialista, ha demostrado que no es necesario hacer seguidismo a las variantes de la centroizquierda para obtener el reconocimiento de franjas importantes de los trabajadores y la juventud. El caso del FIT también es un ejemplo para Costa Rica, y demuestra que no es necesario hacer seguidismo ni llamados electoralistas a la centroizquierda del FA para obtener el reconocimiento de franjas de la juventud o los trabajadores.

Ante la crisis de estos proyectos de partidos amplios o seguidismo a variantes de centroizquierda, que en muchos casos llevan a la desmoralización y la impotencia, reafirmamos la necesidad de construir partidos obreros revolucionarios de vanguardia a escala nacional e internacional para la intervención en la lucha de clases.

Fracciones revolucionarias en los sindicatos, frente único y autoorganización

Durante las últimas tres décadas ha habido una reconfiguración de la clase obrera mundial, llevando a que los trabajadores junto a sus familias constituyan la mayoría de la población mundial por primera vez en la historia, pero en el marco de una profunda fragmentación en sus filas. Junto a la tradicional división impuesta por el capital entre la clase obrera de los países imperialistas y las semicolonias y colonias; se sumaron otras como la proliferación de desocupados permanentes y el surgimiento de trabajadores “de segunda”, que conforman casi la mitad de la clase trabajadora mundial en contraste con el sector de la clase obrera “en blanco”, con salarios y condiciones de trabajo superiores a la media. Esta fractura fue producto de la ofensiva neoliberal y contó con la complicidad no solo de las direcciones políticas tradicionales (socialdemócratas, partidos comunistas, nacionalistas burgueses), sino también con la de las sindicales burocráticas.

Los revolucionarios impulsamos la más amplia unidad de las masas en lucha para resistir los ataques del capital y exigimos el frente único a las direcciones burocráticas del movimiento obrero. En países como Grecia, donde la clase obrera protagonizó decenas de paros generales pero sus direcciones oficiales impiden la unidad en la acción, está planteada con toda urgencia imponer el frente único obrero a las organizaciones de masas para desarrollar la lucha contra los planes de austeridad y los ataques del gobierno de Nueva Democracia-PASOK, para enfrentar y derrotar la amenaza neonazi de Aurora Dorada y para acelerar la experiencia millones y disputarle la dirección a los reformistas. Es necesario pelear para que los sindicatos levanten un programa transitorio que ataque los intereses de los capitalistas y supere toda política corporativa presentando una salida obrera para el conjunto de los explotados y oprimidos, que empiece por repudiar el memorándum y plantee la nacionalización de la banca bajo control de los trabajadores y la estatización de las empresas que quiebren bajo gestión obrera, mostrando así que hay una salida obrera a la crisis.

En ese escenario es criminal la política del Partido Comunista Griego (KKE) que dirige un sector importante del proletariado, pero se niega a levantar esta política de frente único hacia las direcciones mayoritarias, y organiza sus propias acciones.

Distintas corrientes de la izquierda interpretan en clave oportunista la táctica del frente único, transformándola en adaptación pasiva a las direcciones sindicales burocráticas y reformistas. Al contrario, esta táctica tiene por objetivo estratégico el desarrollo de fracciones revolucionarias, capaces de pelearle la dirección a la burocracia sindical o a los reformistas.

La creación órganos de coordinación y autodeterminación de masas es de vital importancia, porque en determinado momento y ante un cambio en la relación de fuerzas, el frente único defensivo ante los ataques del capital, puede transformarse en ofensivo, lo que implica romper la legalidad burguesa y pasar a la lucha por el poder, sentando las bases para la construcción de un estado proletario.

La lucha contra la opresión: “movimientos sociales” y partido revolucionario

El combate contra la opresión de género, la homofobia, el racismo y la xenofobia y contra toda forma de opresión y discriminación, es una cuestión de principios, y la consideramos parte indisoluble de la lucha de la clase obrera por conquistar la hegemonía en el combate contra la dominación burguesa. Esta pluralidad de luchas contra las diversas formas de opresión no debe ser una sumatoria de disidencias, sino que debe tener su centro en una fuerza social capaz de afectar los resortes estratégicos de la sociedad capitalista: la de la clase obrera.

Pero reconocemos que la posición estratégica que tiene la clase trabajadora en el capitalismo -que la convierte en el sujeto fundamental de la revolución- no la hace de por sí portadora de una estrategia hegemónica. De hecho el proletariado sometido a las condiciones de explotación que le impone el capital es uno de los principales destinatarios de la propaganda burguesa de los prejuicios sexistas, misóginos, homofóbicos, racistas y xenófobos, que en muchos casos moldean la conciencia del obrero medio y son aprovechados por partidos de la extrema derecha como la Liga Norte en Italia o el Frente Nacional en Francia.

Para los revolucionarios es un problema de principios enfrentar todo tipo de opresión y combatir los prejuicios que la burguesía inculca en la clase obrera, por eso en luchas como la de la liberación de la mujer o por la conquista de derechos civiles –que tienen una composición policlasista- buscamos que los trabajadores tomen en sus manos el combate contra todas las anteriores formas de dominación.

La cuestión del poder y la revolución: “gobierno de izquierda” vs. “gobierno obrero”


La adaptación de gran parte de la izquierda a variantes neorreformistas se expresó en la sustitución de la consigna de “gobierno obrero” por la de “gobierno de izquierda” o “gobierno antiajuste”, de gestión del capitalismo en el marco del estado burgués. Esta política se expresó en el apoyo que la mayoría de estas corrientes que se reclaman trotskistas le dieron al llamado de Syriza a conformar un “gobierno de izquierda”.

Sostenemos que no hay punto de contacto entre esta política oportunista, que lleva a sembrar ilusiones en posibles gobiernos de colaboración de clase, y la táctica de “gobierno obrero” discutida por la III Internacional en la década de 1920 y luego incorporada por Trotsky al Programa de Transición como consigna antiburguesa y anticapitalista.

La condición para aplicar la táctica del “gobierno obrero”, dirigida a las organizaciones reales de la clase obrera, aunque estas sean reformistas, es que exista una situación revolucionaria y que esta política permita acelerar los preparativos para la toma del poder, principalmente el armamento del proletariado para la insurrección, y el desarrollo del partido revolucionario que sea capaz de disputar la dirección del movimiento obrero a las direcciones tradicionales.

La concepción revolucionaria del frente único, planteado hacia las organizaciones de masas de la clase obrera para desarrollar la lucha, no tiene nada que ver con llamar a votar, e incluso adoptar acríticamente el programa mínimo de variantes electorales reformistas de izquierda como Syriza

La táctica de “gobierno obrero” está dirigida a enfrentar a las grandes mayorías de trabajadores con el conjunto del régimen burgués y busca acelerar la experiencia de las masas con las direcciones reformistas, y así incrementar la influencia de los revolucionarios.

Las condiciones objetivas y subjetivas que se están gestando con la crisis capitalista nos plantearán la necesidad de aplicar tácticas y políticas audaces como la de “gobierno obrero”, pero estas para conservar un carácter revolucionario, no deben transformarse en un fin en sí mismo, sino estar indisolublemente ligadas a nuestro objetivo estratégico: la destrucción del estado burgués y la toma del poder por parte de la clase obrera para formar un régimen transitorio, basado en órganos de democracia obrera.

Los soviets, la revolución obrera y socialista y la dictadura del proletariado

Los trabajadores solo podrán derrocar al capitalismo por medio de una insurrección violenta que divida y derrote al ejército y la policía, que destruya el estado burgués y que sobre sus ruinas establezca su propio poder político, un estado obrero transicional basado en los órganos de autodeterminación del proletariado y las masas explotadas y el armamento general de la población.

En situaciones revolucionarias estos organismos de autodeterminación tienden a constituirse en expresión del poder de los trabajadores y los explotados. El siglo XX estuvo plagado de ejemplos: los soviets rusos, surgidos originalmente en la revolución de 1905 y que en la revolución de 1917 fueron la base del poder obrero; los consejos de fábrica en Alemania en 1919, o los consejos obreros de la revolución húngara de 1956; las tendencias al surgimiento de estos organismos en los ’70 en Latinoamérica con la Asamblea Popular boliviana de 1971, o los Cordones Industriales en Chile.

Los soviets, consejos, o el nombre que adopten en cada situación concreta las formas de autoorganización, son expresión del frente único de masas, que a través de la unidad de acción y la lucha política de las tendencias en su interior preparan a las masas para la toma del poder. Consideramos que estos consejos representan la forma política más democrática de dominio por parte de la clase obrera, que necesitará del estado obrero transicional mientras exista el imperialismo y las clases enemigas, y por lo tanto esté planteada la necesidad de defender la revolución frente a los ataques tanto internos como externos.

El estado obrero se basa en el establecimiento de nuevas relaciones sociales surgidas de la expropiación y nacionalización de los principales medios de producción, el monopolio del comercio exterior y la planificación democrática de la economía y en el curso de la transición al socialismo.

La conquista del poder por parte del proletariado es sólo el inicio de un proceso de transformación de todos los aspectos de la vida económica, política y social de un país, a la vez que un punto de apoyo para la extensión de la revolución socialista en el terreno internacional, porque solo derrotando al capitalismo en todo el planeta será posible conquistar una sociedad sin opresión ni explotación.

Nuestro objetivo es la conquista del comunismo

La palabra comunismo fue bastardeada por el estalinismo a lo largo del siglo XX, y fué identificada con las dictaduras burocráticas parasitarias de los Estados obreros y las direcciones traidoras de la antigua URSS que terminaron pasándose a la restauración capitalista.

El comunismo no es un estado que pueda implantarse coercitivamente por ninguna burocracia, sino que solo puede ser el fruto de la actividad colectiva consciente y el desarrollo de la más amplia democracia obrera, que sirva de transición hasta la extinción de toda forma de Estado.

Para quienes suscribimos este manifiesto, conquistar una sociedad sin Estado y sin clases sociales, libre de explotación y de toda opresión, es nuestro “objetivo político” más elevado al que pretendemos ligar, a través de la estrategia, todos los combates y las conquistas parciales.

Sostenemos que con los actuales desarrollos de la ciencia, la tecnología y el nivel alcanzado de la productividad del trabajo, podría reducirse enormemente el tiempo que la sociedad insume en la producción y reproducción de sus condiciones de existencia materiales. Pero el capitalismo es incapaz de generalizar los avances de la técnica, confinada a un selecto grupo de países y a un grupo de ramas de la producción, mientras que la mayoría de las enormes masas de trabajadores producen con un nivel tecnológico y de productividad más propio del siglo XIX, con ramas enteras de la producción donde se utiliza el trabajo intensivo, proliferando las “fábricas de sudor” y las maquilas, que extraen hasta el último aliento a sus trabajadores.

El comunismo se diferencia de lo que buscaron todas las revoluciones anteriores al desarrollo del movimiento obrero, y no se limita a una nueva distribución del trabajo entre los individuos, ya que se propone, mediante los actuales avances de la ciencia y la tecnología, reducir al mínimo el trabajo indispensable hasta que represente una porción insignificante de las ocupaciones humanas. Por eso el comunismo no puede surgir dentro de los límites de los países atrasados, ya que no consiste en una mejor distribución de la escasez; sino que solo puede construirse si el aparato técnico y la enorme riqueza de países como Estados Unidos, Alemania o Japón fuera puesto en función de las necesidades de los trabajadores, de manera que las personas puedan dedicar sus energías al ocio creativo de la ciencia, el arte y la cultura, y desplegar así todas las capacidades humanas y establecer una relación más armónica con la naturaleza.
Para nosotros, al igual que para los fundadores del marxismo, el comunismo no es un ideal al que habría que sujetar la realidad para proponerse proclamar el “comunismo aquí y ahora” como sugirieron los teóricos del autonomismo. No se trata solo de crear una conciencia de lo existente sino de derrocar lo que existe. La lucha por el comunismo implica destruir la maquinaria estatal burguesa, principal garante de la explotación y la opresión, y que los trabajadores pongan en pie su propio poder a través del cual se reapropien de los medios de producción de la sociedad expropiados por los capitalistas.

Solo la teoría-programa de la Revolución Permanente se enfrenta de conjunto a la teoría del socialismo en un solo país en todas sus variantes y plantea una estrategia global que liga el comienzo de la revolución a escala nacional con el desarrollo de la revolución internacional y su coronamiento a nivel mundial, así como la conquista del poder con las transformaciones en la economía, la ciencia, y las costumbres, que conducen a nuestro objetivo fundamental: la conquista de una sociedad de “productores libres y asociados”.

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[1] Ver “El significado de la elección histórica del FIT”. Del Diputado y dirigente nacional del PTS Christian Castillo.

[2] El Manifiesto completo del MIRSCI puede encontrarse en el sitio de la FT-CI: www.ft-ci.org



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En Costa Rica extendemos el llamado a debatir los fundamentos programáticos expuestos en el manifiesto a la JR/PRT, con quienes además de impulsar una práctica conjunta en cuestiones tácticas desde una posición de independencia de clase, percibimos que tienden a acercarse a las posiciones políticas que nuestra corriente ha levantado frente a procesos agudos de la lucha de clases internacional activados por la crisis capitalista, que se han instalado en la izquierda mundial, como por ejemplo respecto al proceso revolucionario abierto en Egipto o la guerra civil en Siria. Al mismo tiempo los invitamos a hacer un balance sobre las últimas luchas en Costa Rica y sacar conclusiones políticas comunes que sirvan para forjar un partido de trabajadores revolucionarios en el país.

Llamamos a los compañeros del MTC que estuvieron al frente del conflicto de Matas por Costa Rica a coordinar acciones comunes en la lucha de clases, a la vez que los invitamos a debatir los fundamentos que a nuestro entender delimitan una estrategia revolucionaria. Extendemos la propuesta política a los colectivos políticos de la juventud y a los activistas independientes que crean en una perspectiva revolucionaria de transformación social, así como que coincidan con nosotros en la necesidad de construir una organización mundial de la revolución socialista, para nosotros la IV internacional.

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