sábado, 31 de diciembre de 2011

Una vez más, debate de estrategias con el PSTU/LIT-CI: La situación libia y la política de los revolucionarios

por Eduardo Molina
www.ft-ci.org


1.- La “primavera árabe” y Libia

Libia se constituyó a principios de 2011 en uno de los focos avanzados de la “primavera árabe”, es decir, del ciclo de levantamientos de masas contra las dictaduras que derribó a Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto. En este último país clave de la región (por su peso económico, demográfico y geopolítico para el dispositivo de dominación imperialista), se ha abierto un proceso revolucionario de enorme importancia por sus contornos más “clásicos” (ante todo, la fuerza y papel creciente del proletariado), que ahora ha entrado en una segunda fase, caracterizada por el enfrentamiento con el gobierno del CSFA pese al proceso electoral montado como desvío. Allí, las movilizaciones han vuelto a la Plaza Tahrir enfrentando la durísima represión y han comenzado a salir a las calles las mujeres mientras que son constantes las huelgas obreras. Entre tanto, siguen abiertas las tendencias a la guerra civil en Siria y Yemen y al cumplirse el “Año I” de la rebelión en el mundo árabe, las tendencias a la polarización están diluyendo las ilusiones de una “democratización pacífica” en el marco de la crisis mundial. El imperialismo intenta contener el proceso apoyando a los regímenes más reaccionarios o maniobrando con políticas de “transición democrática” que combinan la represión con salidas electorales allí donde se mostraron insostenibles (como en Egipto y Túnez). Libia, entre tanto, ha corrido una suerte particular. Allí, el proceso revolucionario iniciado en febrero derivó en una guerra civil pues Kadafi se mantuvo fuerte en Trípoli, mientras en Bengasi y el oriente del país triunfaba el levantamiento. El dictador perdió el aval del imperialismo, que tras algunas vacilaciones se reubicó apoyando a los rebeldes y cooptando a la dirección del CNT, con lo que la rebelión quedó política y militarmente subordinada a la intervención imperialista. La intervención de la OTAN bajo la careta “humanitaria” y “democrática” le permitieron presentarse a los imperialistas como “amigos del pueblo libio” y lograr que el derrocamiento del dictador fuera mediatizado no sólo por la conformación de un gobierno cipayo, sino por una injerencia abierta de las grandes potencias en los asuntos de la “reconstrucción” económica y política. Con ello, el imperialismo intenta estabilizar un país convulsionado hasta los cimientos y además, utilizar Libia como un “laboratorio” para las estrategias de intervención contrarrevolucionaria de cara a los procesos de lucha de clases que sacuden la región.

2.- En la izquierda no hubo dos sino tres estrategias

Pero entonces, ¿la caída de Kadafi fue resultado de una “conspiración imperialista”? ¿El triunfo de una colosal “revolución democrática”? ¿O fue -como sostenemos nosotros- un proceso mucho más contradictorio, donde la potencialidad revolucionaria de su derrocamiento fue mediatizado, abortado, por la intervención imperialista? En el complejo proceso libio se combinaron el levantamiento de masas contra un dictador calificado de antiimperialista por un ala de la izquierda, el armamento de sectores populares entre los rebeldes y la intervención militar de la OTAN bajo pretextos “humanitarios” y “democráticos” para apurar su derrocamiento. Alrededor de esas preguntas y cómo posicionarse ante la situación actual, continúa el debate en la izquierda. La LIT-CI, corriente encabezada por el PSTU de Brasil, publicó una nueva nota de polémica con nuestra corriente: “¿Donde está la revolución y la contrarrevolución en Libia?”, por Ronald León (se puede leer, al igual que las otras notas de esta corriente que citamos, en www.litci.org). Esto nos da la oportunidad de examinar de nuevo algunos problemas del proceso libio y desarrollar el debate. En ese texto, sin responder a nuestras principales críticas a sus posiciones, Ronald León insiste en “pegarnos” a la política de apoyo a Kadafi de Fidel Castro, Chávez y sus seguidores, en una maniobra polémica para encubrir la lamentable ubicación política de la LIT-CI, que festejó la caída del dictador con la ayuda de los bombardeos imperialistas. El autor no puede aportar en su auxilio ni una sola cita de nuestras declaraciones y artículos, pero nos adjudica que terminaríamos “en la misma posición del castro-chavismo” siendo “su polea de transmisión dentro del trotskismo.” Toda la lógica de su exposición intenta argumentar que ante la izquierda había dos y sólo dos posibilidades: con Kadafi (en la que pretende encuadrarnos) o en contra (la que adoptaron ellos). Pero en realidad, es evidente que hubo no sólo dos sino tres estrategias (que sustentaban cuatro vertientes políticas principales). Veamos:

a) La de los sectores stalinistas y nacionalistas (como Chávez y Castro y sus seguidores) que consideraron la rebelión libia como una pura conspiración imperialista contra un líder “antiimperialista” poniéndose del lado del dictador contra el levantamiento de las masas, y separándola del conjunto del proceso de la “primavera árabe”.

b) La que partía de concebir el proceso como una “guerra de regímenes” en las que se enfrentaban “concretamente” un régimen dictatorial y la "lucha por la democracia”. Una vertiente de esta posición, francamente oportunista, la representaron sectores de la intelectualidad europea, como el intelectual francés Gilbert Achcar (cuyos artículos sobre Libia Reproducían las publicaciones del mandelismo) que desde una lógica democratista le dieron “apoyo crítico” a la intervención de la OTAN como un “mal menor” por ir contra una dictadura feroz. Pero esa percepción de “guerra de regímenes”, que absolutiza el antagonismo entre dictadura y democracia, sin comprender que son formas de un mismo dominio burgués, caló también en tendencias de la izquierda trotskista que aunque denunciando la intervención, adscribieron a la visión de una “revolución democrática” que culminó en un “colosal triunfo popular” en el que la injerencia imperialista fue un factor completamente secundario en el amplio frente de “todos contra el dictador” que lo contenía, visión que permeó las posiciones de la LIT-CI (PSTU) y la UITCI, llevando a la adaptación política a las direcciones “combativas” del campo rebelde.

c) Una estrategia de clase, independiente y fundada en el acervo del trotskismo. Que considerando la lucha contra la dictadura como un motor de la movilización popular no se detenga en la consecución de esta tarea de manera aislada, sino que articulándola transicionalmente, promueva que la clase trabajadora conquiste la hegemonía para imponer un gobierno obrero y popular. Esta es la estrategia que desde el comienzo del levantamiento, sostuvimos en la FT-CI, por el derrocamiento revolucionario de Kadafi, contra toda injerencia imperialista en Libia y por el desarrollo de la movilización revolucionaria de masas, sintetizada en las consignas de “¡Abajo la intervención militar imperialista en Libia! ¡Abajo Kadafi! ¡Por un gobierno obrero y popular!”.

La LIT-CI no puede rebatir que ya en nuestra declaración del 22/03/11 afirmábamos que: “el imperialismo no interviene para que triunfe el levantamiento popular contra Kadafi, sino para tratar de imponer un gobierno títere al servicio de sus intereses, como hizo tras la invasión en Afganistán e Iraq. Tampoco la salida es, como ha planteado Chávez y otros “progresistas”, subordinarse a Kadafi que no solo se ha transformado en un dictador proimperialista, sino que está embarcado en una guerra contrarrevolucionaria para aplastar el levantamiento popular que ha puesto en cuestión su dominio, como parte de los levantamientos en la región. La única salida progresiva para el pueblo libio es luchar enérgicamente tanto contra la intervención imperialista como por derrocar a la reaccionaria dictadura de Kadafi. En esta lucha los aliados del pueblo libio son los trabajadores y los sectores populares que se han levantado en el Norte de África y en los países árabes contra los regímenes dictatoriales y las monarquías proimperialistas; los trabajadores, los jóvenes y los millones de inmigrantes que en los países imperialistas pueden boicotear la política guerrerista de Sarkozy, Zapatero y compañía; y el conjunto de los explotados de todo el mundo.” En diversos artículos, que se pueden leer en el portal de la FT-CI y en las publicaciones de la LER-QI, el PTS y demás organizaciones de nuestra corriente internacional, fuimos siguiendo el proceso libio y de las rebeliones árabes y mantuvimos esta orientación estratégica y política. La simplificación que hace León no es inocente. No resulta casual que no haga ni una sola cita textual de nuestras posiciones. Intenta fabricarse un adversario a medida, tergiversando nuestra política mediante una amalgama con el indefendible apoyo a Kadafi de chavistas y castristas. Una maniobra tan burda cae por su propio peso al leer cualquiera de las notas sobre la “primavera árabe” y en particular sobre el proceso libio que hemos escrito. Mientras hace esta maniobra, no deja de ser revelador que León no onsidere necesario combatir posiciones como la de Achcar, que aceptaron la intervención de la OTAN como un “mal menor” para asegurar la derrota de Kadafi ¿será quizás porque esos sectores son parte de la “unidad de acción entre el imperialismo y las masas para derrocar a Gadafi” que el PSTU/LIT-CI descubrió en Libia? [1] ¿Por qué necesita de astucias de tan baja estofa para polemizar con nuestras posiciones? No es porque la realidad del proceso libio ratifique lo escrito por la LIT-CI, sino precisamente por lo contrario, pues la situación tras lo que calificaron como “impresionante victoria de un pueblo que tomó las armas“ -restándole toda importancia a la participación de la OTAN en el desenlace-, está desmintiendo los presupuestos en que se basó. De hecho, si baja aún más la ya pobre calidad de sus métodos polémicos, es porque la calidad de su política ante Libia decayó varios peldaños más en la escala oportunista, como veremos más adelante, al examinar su política hacia las direcciones milicianas.

3.- El levantamiento libio y las dos vías de la contrarrevolución

El levantamiento popular de febrero significó el inicio de un proceso revolucionario, y fueron dos las formas de la contrarrevolución que surgieron para enfrentarlo. Una es la que intentó Kadafi: la vía del aplastamiento mediante la guerra civil abierta (como hemos escrito decenas de veces contra la visión de chavistas y el castristas, Kadafi no defendía la soberanía libia frente al imperialismo; su triunfo sobre el levantamiento popular habría significado una victoria contrarrevolucionaria de tintes fascistas). La segunda, la que, ante los riesgos de la anterior en las condiciones de la crisis estatal libia, su propia debilidad hegemónica y en los marcos de la “primavera árabe”, adoptó el imperialismo tras algunos titubeos: una estrategia de contrarrevolución democrática. Es decir, la contrarrevolución imperialista revestida de un barniz “humanitario” y “por la democracia”, para imponer el desplazamiento del dictador, controlar el levantamiento y abrir paso a una “transición” como en Túnez y Egipto. Debido a las características estructurales del Estado de la Jammairiya que hacían muy difícil negociar la salida de Kadafi, dado el grado de fusión del Estado, régimen y gobierno en torno a la figura del “rey de reyes” (lo que da pie a que denominemos “Kadafato” a lo construido por Kadafi en 42 años, quien habría podido decir “el Estado soy yo” como los antiguos monarcas) y ante la virtual partición del país (con el levantamiento exitoso en Bengasi mientras la dictadura contraatacaba desde Trípoli), el imperialismo, con Francia en primera línea, decidió intervenir militarmente con la OTAN bajo las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, con la complicidad de los gobiernos de la Liga Árabe y apoyándose en la cooptación de la dirección rebelde. Esto significó un cambio determinante en el proceso, pues permitió que se reubicara el imperialismo. Si bien era posible que el levantamiento popular se desarrollara hasta derrocar revolucionariamente al régimen de Kadafi como una gran acción históricamente independiente de las masas; la combinación entre la ofensiva militar kadafista y la intervención imperialista con la colaboración de la dirección del CNT terminaría ahogando esa posibilidad. Hasta miembros del PSTU brasileño entrevieron que algo de importancia ocurría: “En las primeras semanas de guerra civil, los rebeldes rechazaban cualquier tipo de intervención extranjera. Manifestaciones en Bengasi, por ejemplo, se mostraban contrarias a la acción de las potencias imperialistas. Seis soldados británicos llegaron a ser detenidos por los rebeldes cuando sobrevolaban zonas controladas por la insurgencia. Con el pasar de los días, entretanto, la superioridad bélica del dictador mudó la correlación de fuerzas en la guerra civil. Los imperialismos norteamericano y europeos se aprovecharon de ese cambio para imponer una intervención armada” [2] La LIT-CI reconoció que “Eso generó una actitud de expectativa por ayuda externa por parte del pueblo libio amenazado por las masacres de Gadafi” [3]. Efectivamente, desde entonces el repudio a los imperialistas desapareció y desde el CNT y las jefaturas militares rebeldes se impuso una estrategia reaccionaria de buscar el triunfo apoyándose en las acciones militares, políticas, comerciales y financieras del imperialismo. Sin embargo, la LIT-CI no sacó ninguna conclusión estratégica de las consecuencias de esa intervención y fiel a su método objetivista y mecanicista, no registró el impacto material y subjetivo de la intervención imperialista cooptando al CNT y a los principales líderes rebeldes. Aunque rechazó la intervención de la OTAN (contra lo que dijeron Achcar y otros), concibió que, al fin de cuentas, se establecía de hecho una “unidad de acción” entre las masas y el imperialismo contra la dictadura. Por el contrario, frente a esta situación, desde la FT-CI escribíamos: “Mientras Kadafi persigue sus objetivos contrarrevolucionarios de aplastar el levantamiento, la dirección de la oposición actúa en común con la OTAN, que está bombardeando el país, y busca ganar el apoyo de los gobiernos de las grandes potencias así como de las monarquías y regímenes reaccionarios del mundo árabe para continuar con el sometimiento del pueblo libio. Como ya hemos discutido en otras notas contra quienes contribuyen con argumentos de “izquierda” a sostener esta política contrarrevolucionaria, la intervención no tiene nada que ver con cuestiones “humanitarias” y menos aún con conquistar la “democracia”, sino con garantizar que surja un régimen más pro imperialista que el del propio Kadafi en Libia y relegitimarse poniéndose del lado de los “rebeldes” para poder intervenir de manera más decidida y poner un límite a la “primavera árabe”. (...) La clave de la política revolucionaria ante la situación en Libia es levantar un programa independiente para luchar contra el imperialismo y la dictadura de Kadafi, apelando a la solidaridad de las masas árabes, que abra el camino para luchar por un gobierno obrero y popular” (LVO 421, 7/04/11).

4. La concepción de “revolución democrática” se hunde en las arenas libias

En suma, durante todo el proceso la LIT-CI llamó a enfrentar la dictadura kadafista, es decir, al régimen de la contrarrevolución directa que terminó derrotada; pero devaluó sistemáticamente a la contrarrevolución “democrática” imperialista, que terminó cooptando el levantamiento y moldeando de manera determinante la caída de Kadafi. Para la LIT-CI, la caída de una dictadura sería de por sí un colosal triunfo de las masas, no importa bajo qué condiciones ni en qué constelación de fuerzas sociales y políticas se produjera, ni siquiera si se producía bajo el ala de la intervención imperialista. Es que la política de la LIT-CI se basa en la teoría de “revolución democrática” heredada de Nahuel Moreno (de carácter semi-etapista y que revisa la Teoría de la Revolución Permanente que defendemos los trotskistas). Pero para los trotskistas, la lucha contra una dictadura no puede ser concebida como una fase semi independiente de “revolución en el régimen” en la que se conquistaría la democracia, ya que la conquista de la libertad política, el pan, el trabajo y la liberación del yugo imperialista son tareas democráticas de una revolución que, acaudillada por la clase obrera, tiene que derribar a la dictadura, para imponer el poder de la clase obrera y el pueblo en lucha. Digámoslo una vez más: “(…) la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas” [4]. No hay ni puede haber verdadero triunfo democrático de la mano de la intervención imperialista y esto se demuestra en que el resultado en Libia no fue el triunfo de la “revolución democrática” mediante una “revolución en el régimen” -el paso a un régimen político más progresivo- que abre las puertas, “ahora sí”, a la revolución socialista, según el esquema de la LIT-CI; sino un grave paso adelante de la contrarrevolución “democrática”. Recordemos nuevamente que para Trotsky, ésta era “Una contrarrevolución burguesa obligada por las circunstancias a revestir, después de la victoria obtenida por el proletariado, formas pseudo democráticas" [5].

Aún así, la LIT-CI informaba exultante que estábamos ante “una tremenda victoria política y militar del pueblo libio y de todo el proceso revolucionario que sacude al mundo árabe” [6]. El imperialismo, reubicándose con las bombas de la OTAN en apoyo a los rebeldes, logra jugar una importante baza en el país que buscará aprovechar no sólo para estabilizar Libia sino para mantener uno de los límites que hasta ahora han tenido los levantamientos árabes: aunque enfrentan regímenes agentes del imperialismo, no adquirieron un carácter conscientemente antiimperialista. La LIT-CI ni siquiera valoró el hecho de que en el mundo árabe se producían muchas manifestaciones de solidaridad con el pueblo libio, pero prácticamente ninguna levantaba consignas contra la intervención de la OTAN. Restar toda importancia al hecho de que la OTAN ha sido un actor fundamental en las acciones que llevaron a la caída de Kadafi, alimenta ilusiones en que el imperialismo puede actuar a favor de los intereses populares, debilita la conciencia antiimperialista y en última instancia facilita la política reaccionaria de “transición democrática”. La LIT-CI adolece de miseria de dialéctica y no logra comprender de manera marxista la interacción entre los factores objetivos y subjetivos. Fiel a su visión objetivista de que todo empuja la revolución adelante, hacia el socialismo, ni se pregunta sobre los efectos en la subjetividad de las masas y la vanguardia, en la influencia sobre su conciencia y estado de ánimo. Pero no se puede hacer un análisis marxista, un “análisis concreto de la realidad concreta” como decía Lenin, y mucho menos en tiempos de agudización de las crisis y de la lucha de clases, sin tomar en cuenta los aspectos subjetivos: factores políticos, estado de ánimo de las masas, etc. Nosotros, consideramos un importante triunfo la caída impuesta por la movilización popular de Ben Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto, como pasos adelante del proceso revolucionario. Pero en Libia, cuando la caída del dictador fue impuesta con los bombardeos de la OTAN, hay que tener en cuenta que el imperialismo logra una incidencia directa en la crisis libia. Esto no es un problema de puro análisis ni sólo debilidad teórica, pues tiene graves consecuencias políticas e implica en los hechos, ceder a la presión de la contrarrevolución democrática. Por eso no se lo puede catalogar sin más como un triunfo colosal de las masas. A diferencia de Túnez o Egipto, donde los trotskistas celebraríamos con las masas la caída de Ben Alí o Mubarak, en Tripoli y Bengasi la LIT-CI -si tuviera allí alguna presencia- debería pensarlo dos veces antes de sumarse alegremente a manifestaciones que enarbolaban banderas francesas e inglesas.

5.- El imperialismo en Libia comparte el “triunfo colosal”

Si castristas y chavistas veían en las operaciones de la OTAN una guerra colonial sin más, la LIT-CI (y la UIT-CI con ella), devaluaron sistemáticamente la importancia de la intervención y sus consecuencias políticas, no viendo en ella más que debilidad. Pero por algo ésta fue considerada como “una de las más exitosas operaciones en la historia de la Alianza”, como la denominó su secretario general, Anders Fogh Rasmussen, culmina después de siete meses, durante los cuales colaboró con el Consejo Nacional de Transición (CNT) en el derrocamiento y captura de Muamar al Gadafi.” (31/11, http://www.dw-world.de/dw) En el marco de la operación rebautizada “Unified Protector” decenas de naves y cientos de aviones de 19 países, realizaron más de 26.000 misiones, 7.000 bombardeos, además de enviar grupos especiales como el SAS inglés y “asesores” franceses y contar con la presencia de tropas de Qattar en los frentes de batalla actuando junto a las milicias rebeldes. “El gobierno de Qatar reveló que apoyó con cientos de sus soldados a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la lucha de los sublevados contra el gobierno de Muammar Kadafi. El general qatarí Hamad Ben Ali Attiya señaló que cientos de soldados estuvieron presentes en todas las regiones” (La Jornada, 27/10/11). Este pequeño Estado del Golfo -estrechamente ligado a Arabia Saudita- se convirtió en uno de los principales actores políticos y militares como agente de la intervención imperialista, proveyendo uno de los eslabones -asesores, armas, financiación, tropas de tierra- en la subordinación del CNT y las milicias al plan imperialista. Todo ello fue fundamental para quebrar el aparato militar kadafista y encauzar el avance y triunfo rebelde dentro de límites que fortalecieran las cartas del imperialismo. Si la “guerra es la continuación de la política por otros medios”, es evidente que tal despliegue no dejó de incidir decisivamente en el desenlace y en la reubicación de los actores tras la caída de Kadafi. Por supuesto, aún está pendiente materializar los objetivos contrarrevolucionarios de recomponer el Estado y reconstruir el Ejército y además del problema político, discutir un nuevo reparto de la riqueza petrolera y de los negocios de la “reconstrucción” entre los distintos capitales, en el marco de una crisis europea e internacional que acrecienta la búsqueda de oportunidades de rapiña. Recordemos que bajo Kadafi Libia se había convertido en un importante socio de Italia (de un lado, grandes inversiones de ENI y otras empresas en Libia cuyo petróleo fluía en gran parte hacia la Península, del otro lado, Libia era el tercer inversor en Italia). Ahora es Francia la que reclama la parte del león (el CNT ya le había ofrecido un tercio del negocio petrolero, meses atrás). El gobierno provisorio acaba de seleccionar una lista de una decena de transnacionales entre las más de 50 que acudieron a Trípoli, para tratar nuevos contratos petroleros. Precisamente con estos objetivos Francia, Italia y EE.UU. envían sus máximos representantes a Libia y multiplican su actividad en el país, pero en lugar de verse expulsados tras el “triunfo colosal”, no enfrentan hasta ahora ni una sola gran acción de rechazo. La visita del Ministro de Estado francés Alain Juppé confirmó el interés de Francia por consolidar su papel económico, político y militar en el país, desplazando a Italia. Posiblemente, estrechando lazos con Bengasi (donde se crearía una “Casa de Francia”) para fortalecer sus puntos de apoyo en el centro petrolero del país. Como contrapartida, el presidente italiano Mario Monti y el jefe del CNT, Mustafa Abdel Jalil, reactivaron el tratado de amistad entre ambos países, descongelando fondos y créditos para Libia mientras la ENI pone al día sus operaciones petroleras. Y Leon Panetta, Secretario de defensa de EE.UU., visitó Tripoli el 16/12/11 para reunirse con el presidente Abdel Rahim el Kib y anunciar que “esta nueva Libia libre se puede transformar en un aliado importante de Estados Unidos para la seguridad" (La Jornada, 17/12/11), además de proponer "reunir a todas las fuerzas revolucionarias que lucharon, del este al oeste, asegurar las armas, enfrentarse al terrorismo, profesionalizar el Ejército y la Policía y desarrollar las instituciones de un gobierno libre y representativo." Panetta pidió además que las milicias "sean parte de una sola Libia y de un único sistema de defensa". Si los jefes imperialistas y las transnacionales pueden moverse con tanta libertad y soberbia en Libia tras el derrocamiento de Kadafi, es precisamente porque las potencias occidentales lograron reubicarse en el proceso.

La LIT-CI insiste “¿su caída fue una victoria de las masas o del imperialismo?” calificándola como “una gran victoria del pueblo libio y la revolución árabe.” Lejos de admitir una respuesta mecánica y facilista al gusto sencillo de sus dirigentes, hay que partir de que la caída del dictador se dio de la mano de los bombardeos de la OTAN, las medidas de bloqueo financiero de la UE y EE.UU. y la presencia de comandos británicos y franceses y tropas de Qattar en el terreno, lo cual mediatizó las consecuencias revolucionarias de la desintegración estatal, puso límites y subordinó los aspectos independientes de la acción de masas y fortaleció los puntos de apoyo para la reconstrucción del Estado burgués y reconstituir el dominio imperialista.

6.- El CNT en el poder. Contradicciones del gobierno cipayo

¿Quiere decir que con la muerte de Kadafi y la afirmación del gobierno del CNT, la contrarrevolución democrática ya triunfó completamente? NO, debemos explicarle una vez más, pacientemente, al polemista de la LIT-CI. Además del blanco y el negro, en política es necesario distinguir los grises, es decir, las combinaciones y contradicciones de una realidad muy compleja y dinámica. El imperialismo y sus agentes lograron un importante avance, pero deben actuar en medio de la desorganización económica y una enorme crisis social y política, la desintegración del ejército, con decenas de milicias armadas y ante un movimiento de masas que espera respuestas a sus demandas económico-sociales y aspiraciones democráticas, mientras continúa el proceso revolucionario egipcio al otro lado de la frontera. La implosión del Estado les pone ante la urgente necesidad de reconstruir una autoridad política y una fuerza armada, recuperando el monopolio de las armas, para evitar perspectivas de pesadilla: una, un “escenario iraquí” de lucha por el poder entre tribus, comunidades religiosas, ex integrantes del régimen kadafista etc., que reabra tendencias a la guerra civil (como ocurrió en Irak tras la caída de Saddam Hussein pero sin poder contar con tropas propias en Libia); otra, la de un nuevo empuje revolucionario de las masas, como el de febrero pero que esta vez enfrentaría directamente a un endeble CNT y a sus padrinos imperialistas; y aún, el riesgo de una situación de “Estado fallido” al estilo de Somalia u otros países africanos, es decir, de descomposición social y política sin que pueda emerger el proletariado como un sujeto capaz de dar salida, donde se haga incontrolable la guerra civil, el paso de inmigrantes africanos a Europa (cuyo control garantizaba Kadafi) o el tráfico de armas provenientes de los arsenales libios. Coincidimos en que al frente de Libia hay un gobierno burgués, contrarrevolucionario y cipayo. Pero hay que profundizar el análisis. El gobierno del CNT (Consejo Nacional de Transición) no ha logrado hacerse dueño de la situación y más bien, está cruzado por crisis y pugnas constantes por diferencias regionales, entre sectores más islamistas o seculares, ex kadafistas, etc., con distintos proyectos políticos e intereses confrontados. Camarillas varias discuten su parte en el poder en vista de los negocios a hacer con las transnacionales y la “ayuda” internacional, en lo que también juega la competencia entre los varios imperialismos por el petróleo y la “reconstrucción”. Y también, confronta la desconfianza de sectores populares ante los cuales se reviste con las promesas de avanzar en una “transición democrática” (con un discurso confuso en que coexisten promesas liberales e islamistas), tratando de canalizar las aspiraciones democráticas mediante elecciones en un calendario u “hoja de ruta” todavía impreciso, que debería culminar en una asamblea constituyente el año próximo. El CNT surgió montándose sobre el levantamiento de masas y luego, desde su base territorial en Bengasi durante los meses de la guerra civil, se sostuvo en la ayuda de la OTAN. Está integrado con medio centenar de miembros en un heterogéneo conglomerado de ex kadafistas, figurones burgueses, jefes tribales y de las milicias y busca afirmar su débil legitimidad presentándose como la dirección que logró el triunfo sobre la dictadura. En un contexto donde la dictadura de Kadafi impidió y reprimió cualquier manifestación de vida política independiente, no hay partidos con peso, ni sindicatos, ni organizaciones de masas preexistentes al levantamiento y los órganos de control de la Jammairiya han implosionado. Aparecen entonces, como principales instancias sociales y políticas en las que el CNT busca apoyarse -no sin contradicciones-, dos tipos de estructuras: por un lado, las formas tradicionales de organización de clanes y tribus, de influencia regional y entrelazadas con las redes de la religión islámica (apoyándose en ello, emergen las corrientes políticas islamistas, como los moderados, ligados a la Hermandad Musulmana egipcia y los fundamentalistas o salafistas); y por otra, las milicias surgidas en decenas de pueblos y ciudades al calor del levantamiento popular, de carácter heterogéneo y sobre base territorial, también ligadas a las divisiones tribales y regionales y con influencia musulmana.

Debido a la rivalidad entre las distintas facciones, la conformación del nuevo gobierno significó fuertes disputas y sólo se produjo tras una larga negociación. Mientras que Mustafá Abdel Jalil, quien había anunciado que la nueva Libia se sustentaría en la shariá (ley islámica), fue desplazado a principios de noviembre a un segundo plano (bajo la presión imperialista que prefiere a los liberales), Abdel Rahim al Kib, resultó electo Primer Ministro al frente del gobierno provisorio, es un ingeniero petrolero y empresario formado en Estados Unidos, (de perfil “modernizador”, prooccidental y secular) que debe mediar en un gabinete de compromiso entre las diversas alas y contemporizar con los sectores islámicos. Aunque están bien representados en el CNT, los islamistas consideran al Consejo como “demasiado secular”. Como parte de los forcejeos, Abdel Jalil declaró el 10/12/11 que “Somos capaces de perdón y de tolerancia, somos capaces de integrar a nuestros hermanos que combatieron a los revolucionarios (…) La tolerancia y la reconciliación son un principio musulmán”, haciendo el primer llamamiento a conciliar con los kadafistas desde la instalación del gobierno del CNT en Tripoli. El gobierno provisorio tiene ante sí enormes problemas de todo orden que conspiran contra su consolidación y contra el efectivo cumplimiento de esos planes. No sólo debe lograr la recuperación del aparato económico (aunque a está rehabilitándose la producción petrolera y negocia la rehabilitación de recursos financieros) sino avanzar en los planes de reconstrucción de un Estado y un régimen viables, para salir de la situación de desintegración de la dictadura y sus instituciones, incluidas las FF.AA., la policía y los diversos servicios de inteligencia y paramilitares de Kadaffi. Y además, el CNT debe responder a una situación de carencias y penurias de las masas, que se movilizaron ampliamente y siguen convulsionadas, luego de casi un año de división del país, guerra civil, bombardeos y desorganización económica y de los servicios.

7.- Lógica de campos ante las milicias y sus direcciones

Tratar de reconstruir un Ejército y una Policía centralizados significa encuadrar a las distintas facciones según un reparto de poder difícil de concertar, asimilar sus cuadros y a una parte de los milicianos y ex militares, y desarmar al resto, un plan difícil de realizar en breve plazo. En los choques y tensiones que esto origina la LIT-CI encuentra nuevos fundamentos para su lógica de campos: en el campo progresivo contra el reaccionario. La LIT-CI nunca sigue el criterio básico para una estrategia trotskista: “Lo que debemos salvaguardar en el curso de la revolución es, principalmente, al partido independiente del proletariado que evalúa constantemente la revolución desde el punto de vista de los tres campos y es capaz de luchar por la hegemonía del tercer campo y, por consiguiente, en la revolución en su conjunto” [7].

Antes, frente a Kadafi, la LIT-CI se adaptó al campo dirigido por la dirección proimperialista del CNT, afirmando que correspondía “unificar sólidamente a todas las fuerzas sociales, políticas y militares que sostienen la lucha” a pesar de que “no todos los que participan de la lucha tengan los mismos intereses o piensen en las mismas medidas para cuando, después del derrocamiento de Kadafi, haya que construir el nuevo poder para la nueva Libia” [8]. Ahora, contra el gobierno del CNT, se adapta a las direcciones burguesas y pequeñoburguesas de las milicias viendo una oposición virtualmente absoluta entre el campo gubernamental y el campo de las milicias, las cuales serían, de por sí y sin mayor análisis, la representación del “pueblo en armas”. Escribiendo a miles de kms. de distancia, sin conocer el idioma árabe y guiándose por los sesgados artículos de la prensa internacional que busca moldear a la opinión pública (exagerando la incontrolabilidad de las milicias para apoyar el plan de centralización y desarme), los dirigentes de la LIT-CI deberían ser un poco más cautos en su apoyo entusiasta al fenómeno tal como se presenta. Examinemos un poco más el problema. Para empezar, hay que recordar el “pequeño” hecho de que la intervención de la OTAN implicó la cooptación a través del CNT de las milicias, subordinándolas al plan imperialista y degradándolas al papel de una infantería subordinada a sus operaciones militar y políticamente. Si bien el CNT nunca alcanzó la completa conducción de la lucha y el que vendría a ser su brazo armado, el nuevo Ejército Nacional Libio es débil y no tuvo un rol relevante en los combates, fue el único centro que reclamaba la suma de la autoridad política y militar en todo el país y ninguna de las fracciones en armas lo ha desconocido abiertamente. Ya hemos señalado la participación de Qattar, de comandos de la OTAN y otros mecanismos que viabilizaron esa subordinación como “infantería de la OTAN”. La LIT-CI se escandaliza por la analogía pero no rebate los argumentos. La LIT-CI no ha aprendido nada de lo ocurrido en Kosovo, donde el ELK (Ejército Kosovar de Liberación) comenzó expresando un progresivo movimiento nacional por la separación de Serbia, y terminó cumpliendo al apoyar los bombardeos a Belgrado el papel de “infantería” al servicio de la intervención que convirtió a Kosovo en un “protectorado” imperialista.

En segundo lugar, la LIT-CI devalúa por completo otro “pequeño” hecho: que las milicias integran el CNT y que varios de sus jefes figuran en puestos clave del gobierno provisorio. A mediados de noviembre, tomó forma un acuerdo por el cual Osama al-Juwali, líder militar de Zintan (la milicia que detuvo y mató a Kadaffi), fue nombrado Ministro de Defensa, mientras que Fawzi Abdelal, de la milicia de Misurata, fue designado Ministro del Interior. Entre tanto, Abdelhakim Belhaj (proveniente del antiguo Grupo de Combate Islámico Libio ligado a Al Qaeda) dirigía el Comité Militar de la capital, apoyado por los qataríes, que luego del fin de la misión de la OTAN asumió un papel central en el asesoramiento y financiación de la reorganización militar. En tercer lugar, el fenómeno de las milicias, surgidas al calor de las semanas iniciales del levantamiento antidictatorial, es muy heterogéneo y si bien de base social plebeyo, se conformaron con la asimilación de muchos ex oficiales del ejército kadafista, elementos de las tribus locales, líderes musulmanes, etc. Según informes occidentales, alrededor de un centenar de grupos, principalmente delimitados sobre base territorial, ligadas a distintos intereses regionales y tribales, reúnen a unos 125.000 hombres [9]. Este mismo informe brinda varios elementos de interés sobre el movimiento de milicias y su composición actual.

La rebelión en Bengasi y otras zonas de la costa oriental jugó un papel central. Allí, “En momentos claves, los componentes militares que defeccionaron se amontonaron en las líneas del frente oriental, en su mayoría permaneciendo observadores pasivos de lo que ocurría en el resto del país”. Evidentemente, esperaban que los bombardeos de la OTAN machacaran a las fuerzas de Kadafi, preservándose para después. Sobre la base de las defecciones de numerosos oficiales desde el campo de Kadafi, se fue constituyendo el “Ejército Nacional Libio”, aunque sin lograr erigirse en una fuerza de alcance nacional, tendría autoridad al menos formal sobre algunas brigadas del Este. Sobre esta base se intenta actualmente erigir un ejército burgués centralizado, incorporando en algunos meses a quizás unos 50.000 milicianos y reintegrando a la vida civil al resto.

Un punto importante en este plan lo jugaría el Consejo Militar de Tripoli, a cuyo frente fue puesto Abdul Hakim Belhaj, ex cuadro del GCIL, que fue entregado por los británicos hace unos 7 años a los servicios de Kadafi y que cuenta con el apoyo qatarí y saudí (hace poco fue detenido en un confuso episodio al tratar de viajar a Turquía con pasaporte falso, aparentemente para reunirse con elementos islamistas sirios opositores a la dictadura de Assad). Bajo su autoridad se encuadran al menos formalmente unas 11 brigadas de la capital, pero parece enfrentar la rivalidad de otros líderes y la presencia de milicias provenientes de otras regiones. El Consejo Militar Occidental afirma coordinar a alrededor de 140 milicias locales en un área que va desde la frontera tunecina a Misrata. Su núcleo es la ciudad de Zintan, donde el levantamiento fue dirigido por oficiales que desertaron del Ejército, recibiendo dinero y armas desde el CNT de Bengasi y controlando su distribución en el frente occidental. También tienen peso las milicias de Misrata, que se formaron sobre la base de civiles, resistiendo al sitio de las tropas de Kadafi y ganando luego fuerza y prestigio. Las milicias, luego de la derrota del régimen, desmantelaron lo que quedaba en pie del viejo régimen, detuvieron ex agentes del dictador, ocuparon casas y edificios, se armaron con los arsenales militares abandonados, y comenzaron a organizar la seguridad local y en algunos casos, tareas de administración y restablecimiento de la vida cotidiana de la población. No han trascendido acciones que denoten una radicalización mayor como podría ser la formación de comités obreros en el control y puesta en funcionamiento de campos petroleros, fábricas, servicios, etc. Y menos, que las milicias hayan impulsado la formación de organismos de poder obrero y popular. Sin embargo, parecen no ser pocos los casos de abusos, saqueos y represalias sin control, y la población de las zonas consideradas adeptas a Kadafi ha sufrido y en casos como en Sirte, Badi Walid, barrios de inmigración negra y el pueblo tuareg, han debido abandonar masivamente sus poblados. En particular los tuaregs, minoría nacional que suma un 10% de la población, han sufrido duras represalias y ataques racistas en venganzas indiscriminadas por su apoyo al régimen.

Además, las milicias han ido derivando cada vez más hacia la pelea por la participación en el poder entre camarillas y se han multiplicado los choques armados, como incidentes por el control en la frontera con Túnez, entre la tribu warshefanna y la milicia de Zawiyah a mediados de noviembre, etc. Ya hace unos meses fue asesinado en Bengasi el jefe de Estado Mayor rebelde, el General Abdul Fattah Younes, que había sido oficial de los siniestros servicios de inteligencia de Kadaffi antes de pasarse de campo. Su muerte permitió fortalecerse como uno de los principales jefes militares al General Khalifa Hiftar, que sin embargo aún no logró consolidar su autoridad entre las milicias de la capital, hasta el punto que su convoy fue atacado cuando iba al Aeropuerto al parecer por elementos de la milicia de Zintan, mientras que otro jefe, el Cnel. Mukhtar Farnana, líder de las milicias de Libia Occidental, lo acusaba de “tratar de tomar el Aeropuerto por la fuerza”.

Frente a esta situación, el ICG, expresando la orientación de un ala imperialista aconseja: “Por ahora, el CNT debe trabajar con las autoridades locales y las milicias -y alentarlas a trabajar juntas- para acordar standards operacionales y pavimentar la vía para instituciones policiales, militares y civiles reestructuradas”, es decir, una política de integración gradual a la que es funcional la campaña por el desarme del CNT y el imperialismo, a la que se ha sumado hasta el propio Ban ki Moon, de la ONU, que sólo aparece cuando el imperialismo le da cuerda, salió a denunciar los abusos reales e imaginarios de las milicias, entre ellos, que retengan a unos 7.000 prisioneros (entre los que habría muchos inmigrantes subsaharianos, según Ban ki Moon). Por supuesto, las milicias son un factor de inestabilidad cuando lo que el imperialismo necesita es organizar prontamente el “orden”, lo que genera grandes contradicciones por su oposición a resignar independencia, entregar las armas o ceder control territorial. Es claro que no debe descartarse la posibilidad de que un sector de las milicias retome un curso progresivo o que, con la abundancia de armas dispersas entre la población, se desarrollen nuevos fenómenos que escapen al control de las camarillas dirigentes. Pero nada de esto les garantiza hoy, tal cual son, automáticamente y de conjunto el carácter revolucionario que la LIT-CI sin más les endilga, buscando justificar su alineamiento en el “campo progresivo”.

8.- Seguidismo político a la dirección de “los que están en armas”

Ronald León quiere hacer creer que la “lógica de hierro” en Libia sería apoyar a las milicias y sus direcciones o bien, apoyar al CNT y sus intentos de desarmarlas. Otro dirigente del PSTU explicita mejor su análisis: “La perspectiva es de una aguda polarización entre los campos que estuvieran unidos. De un lado el Consejo Nacional de Transición (CNT), formado por ex-ministros y altos funcionarios del gobierno Kadafi, que saltaron de la nave cuando éste comenzó a hundirse, apoyado con firmeza por el imperialismo, particularmente el francés e o inglés. Del otro lado están líderes políticos locales y militares que desempeñaron un papel decisivo en la liberación de varias ciudades de Libia, incluyendo la capital. Con ellos, millares de luchadores y activistas que comandaron combates y ahora son parte de consejos locales militares y de administración” [10]. Para la LIT-CI hay que ubicarse entonces junto a los “líderes políticos locales y militares” puesto que dirigen a millares de hombres armados. Ni siquiera le plantea las direcciones de las milicias que rompan con el CNT y su gobierno. Ni siquiera se preocupa por pensar cual de los bloques milicianos que se enfrentan casi cotidianamente a tiros puede estar jugando un rol progresivo y cual no. La LIT-CI “naturaliza” el hecho de que la única expresión visible sean las milicias, y se adapta a su dirección sin plantear un programa para diferenciar y desarrollar sus elementos progresivos mediante un programa para que la clase obrera emerja y gane hegemonía en las milicias. Se conforma con el “programa mínimo” que ofrecen las direcciones: no entregar las armas ni disolverse... y nada más, lo cual deja en pie numerosos problemas políticos, como por ejemplo, ¿de qué lado estar cuando se enfrentan milicias vecinas y por qué? Apenas, diplomáticamente, dice “defendemos que las milicias mantengan sus armas y su organización completamente independiente del gobierno y del imperialismo” cuando los jefes de las milicias están enfrascados en una lucha no contra el CNT en su conjunto, la injerencia imperialista y la penetración de las transnacionales, sino por disputar cuotas de poder a su sombra y formando parte del mismo gobierno.

La política de la LIT-CI cae así en el seguidismo a la dirección burguesa y pequeñoburguesa de los que “están en armas” sin ningún criterio de delimitación política, de clase o de programa, salvo el de resistirse al desarme. León afirma que “Las milicias populares deben mantenerse armadas, como única garantía para que la tremenda conquista de haber derrocado el régimen de Gadafi no les sea robada.” Pero si opina que fue tan colosal el triunfo de las masas y que frente al poder burgués en crisis hay un poder obrero y popular en armas en condiciones tan favorables, ¿por qué sólo les plantea mantenerse armadas como “garantía” y no propone una salida a esa situación de “poder dual” fenomenalmente revolucionaria, como sería, siguiendo su lógica, un “gobierno de las milicias”? Pues aparece también allí su adaptación política: conformarse con que se mantengan armadas como “garantía” (es decir, vigilando, presionando al gobierno del CNT, que es lo que hacen los jefes milicianos) a la espera de una hipotética “centralización” bajo “dirección revolucionaria y socialista”. La ausencia de planteamiento estratégico (es decir, qué fuerza social y política y con qué método se pueden llevar a cabo el programa planteado), no se puede reemplazar con propaganda socialista en general, tipo “gobierno obrero, etc...” ni enumerando una serie de consignas más o menos correctas como programa. Es probable y esperable que el choque de las aspiraciones democráticas de las masas con el curso del gobierno proimperialista y sus planes lleve a nuevos episodios de la lucha de clases, creando condiciones para el surgimiento de sectores que enfrenten al CNT y se propongan expulsar al imperialismo. Pero la base de un programa y una política para responder a cómo derrotar al CNT y al imperialismo, superando a las direcciones burguesas y pequeño burguesas “combativas” (jefaturas milicianas y líderes islamistas) debe partir de una estrategia obrera y revolucionaria consecuente.

9-. Siempre, carencia de estrategia revolucionaria

La importancia de esta discusión va mucho más allá de las fronteras libias y de tal o cual posicionamiento circunstancial. Hace a qué estrategia levantar frente al proceso revolucionario egipcio y las rebeliones de la “primavera árabe” en su conjunto. El imperialismo está mostrando en toda su actuación, asediado por la crisis económica y la declinación hegemónica norteamericana, que va a enfrentar el ascenso de la lucha de clases en el mundo árabe con todos los medios a su alcance. Su estrategia contrarrevolucionaria de conjunto combina dos formas: la represión abierta a través de sus agentes o mediante la intervención armada, y la contrarrevolución “democrática”, para detener la dinámica revolucionaria de procesos explosivos como los que hoy sacuden a Egipto, Siria y otros países. En suelo libio no sólo se “lava la cara” para presentarse como “amigo de los pueblos” sino que estamos viendo operar un “laboratorio” en que prueba sus armas de cara a los procesos que sacuden la región. Hoy, en el Norte de África y Medio Oriente se concentran muchos de los problemas estratégicos a que deben dar respuesta los marxistas, en los comienzos de esta nueva etapa histórica signada por la crisis capitalista, donde las cuestiones de estrategia, programa y política revolucionarias ganan candente actualidad. Entre estas tareas, es más importante que nunca desenmascarar implacablemente ante las masas el carácter profundamente contrarrevolucionario del imperialismo, sobre todo cuando pretende encubrir sus objetivos con una máscara “democrática” o “humanitaria”. Esto es inseparable de bregar por la intervención independiente de la clase obrera y sus aliados, que en los diversos países del Norte de África vienen protagonizando la “primavera árabe”, para preparar el camino a la revolución.

Y en este problema, hay que tener en cuenta que, en particular en Egipto, el proletariado es una clase mucho más fuerte que en el pasado, con una posición decisiva en sectores como la producción petrolera, la minería, los modernos servicios o la industria en sociedades mucho más urbanizadas que en etapas anteriores. Por ello, tiene condiciones estructurales relativamente más favorables para disputar la dirección del proceso a las corrientes burguesas y pequeñoburguesas, sean liberales, nacionalistas, islamistas o reformistas, y preparar así la alianza con los jóvenes que están a la vanguardia de las movilizaciones, las mujeres que se levantan contra la secular opresión, los pobres urbanos y los campesinos oprimidos. Mientras algunas tendencias del movimiento trotskista cedieron ante Kadafi y otros se niegan a combatir las “intervenciones democráticas” de la OTAN; la LIT-CI adapta su lógica programática y política a la presión de la contrarrevolución “democrática” y permanece impotente para enfrentar consecuentemente sus trampas y maniobras desde una estrategia obrera y revolucionaria. En un rasgo que comparte con otras corrientes y “astillas” provenientes del viejo tronco morenista (que se han negado superar teórica y prácticamente esa tradición, retornando a Trotsky como nos propusimos en el PTS y la FT-CI), recae a cada paso en una lógica de campos, buscando en cada país el fenómeno nacional “progresivo” tras el cual acomodarse; sin proponer nunca una estrategia de independencia de clase y por la hegemonía obrera en la alianza con los sectores populares, ligada a la autoorganización de masas en sentido soviético. La LIT-CI carece de una estrategia revolucionaria, fundada en las tareas de la clase obrera como sujeto social y políticamente determinante para el desarrollo y triunfo del proceso revolucionario.

A los dirigentes de la LIT-CI les molestan las “frases ortodoxas” (esto es, cualquier referencia incómoda a las ideas del trotskismo) para rehuir el debate de fondo sobre estos problemas vitales. Tras su “realista” empirismo hay una resignada espera de “nuevos triunfos de una revolución cualquiera con una dirección cualquiera”. Esto esconde un profundo escepticismo hacia la potencialidad revolucionaria del proletariado y una aceptación de los hechos “tal cual son” en su superficie, sin definir nunca un anclaje estratégico revolucionario y de clase. Pero la confusión de sus propias ideas no se resuelve refugiándose en lo “concreto” del apoyo a tal o cual sector, como en Libia, mientras encubren su adaptación práctica con algo de propaganda socialista. La experiencia libia es un alerta que no debe ser desaprovechado.

28/12/2011


Notas [1] Ver “Gran victoria del pueblo libio y la revolución árabe” del 24/08/11.

[2] “Después de seis meses, la rebelión libia derriba a la dictadura de Kadafi”, Diego Cruz, www.pstu.org.br.

[3] “¡Abajo la intervención imperialista! ¡Abajo Gadafi! ¡Viva la revolución árabe!”, 20/03/11.

[4] León Trotsky, Tesis 2 de la Revolución Permanente. [5] "La Revolución Permanente", editorial Yunque, pág. 29.

[6] “¡El pueblo en armas está destruyendo el régimen de Gadafi!”, 25/08/11.

[7] León Trotsky, “Carta a Alsky”, en La Revolución Permanente, recopilación, CEIP.

[8] “A sangre y fuego”, 27/02/11.

[9] International Crisis Group, “Holding Libya together: security challenges after Qadhafi”. Middle East/North Africa Report N°115 – 14 December 2011Tripoli/Brussels, 14 December 2011.

[10] Américo Gómes, “Com Kadafi morto, abre-se uma nova página da revolução líbia”, www.pstu.org.br

En Argentina: Se realizó el XII Congreso del PTS

Con la presencia de más de 200 delegados de todas las regiones del país y delegaciones invitadas de Chile y Brasil se realizó los días 9, 10 y 11 de diciembre el XII° Congreso del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS).

El Congreso sesionó en el Hotel Bauen de Buenos Aires y contó con la presidencia de dirigentes de Zanon, Kraft, la gráfica Donnelley (ex Atlántida) y de la Juventud del PTS. Los delegados presentes resolvieron postular a la presidencia honoraria del Congreso, a los trabajadores y la juventud de Egipto y el resto del Norte de África y Europa, a los estudiantes chilenos y al compañero fallecido Polo Denaday (Polo fue militante del PTS y abogado de Zanón. Sus restos fueron despedidos en un emotivo acto obrero en la provincia de Neuquén) El día 8, la Juventud del PTS realizó su Conferencia de Organización. En ella se resolvió redoblar los esfuerzos para organizar a centenares de nuevos jóvenes trabajadores y estudiantes, en disputa política con las juventudes K y demás fuerzas que rechazan la organización de los explotados para vencer. En estas páginas presentamos distintas notas que abarcan los principales informes y debates realizados y extractos de los testimonios de los delegados.

Con la presencia de más de 200 delegados de todas las regiones del país, e invitados de Chile y Brasil, entre el 9 y el 11 de diciembre se realizó un nuevo Congreso del Partido de los Trabajadores Socialistas. Presentamos distintas notas que abarcan los principales informes y debates, junto a testimonios de los delegados.

Situación internacional: una crisis histórica

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Las nuevas conquistas y la posibilidad de construir un gran partido de trabajadores revolucionario e internacionalista

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Situación nacional: giro a la derecha del gobierno y crisis capitalista internacional

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Las votaciones del FIT y la “radicalización política embrionaria”

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Una ubicación política inédita para la izquierda revolucionaria

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Una juventud de alto vuelo en la conferencia de la JPTS

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Opiniones de otros delegados

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Mas opiniones

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Importante Conferencia de Organización de la Juventud del PTS

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Fragmentos de la intervención de Emilio Albamonte llevando el saludo de la dirección del PTS a la Conferencia de Organización de la Juventud

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Importante Conferencia de Organización de la Juventud del PTS

El pasado jueves 8 de diciembre, un día antes del Congreso del PTS, más de 100 delegados de la Juventud del PTS nos reunimos en el Salón Cascada del Hotel Bauen de la Ciudad de Buenos Aires para realizar una importante Conferencia de Organización de la Juventud del PTS. Estaban presentes delegados de Capital Federal, Gran Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Rosario, Neuquén, Mendoza, Mar del Plata, Junín, Pergamino, Bahía Blanca, Trelew-Puerto Madryn, La Pampa, Paraná, Jujuy y Tucumán, en representación de los trabajos políticos que la Juventud del PTS tiene en casi 25 universidades nacionales, decenas de colegios secundarios y establecimientos terciarios, así como en gremios como metalúrgicos, comercio, aeronáuticos, metalmecánicos, alimentación y otros. También participaron como observadores compañeros y compañeras de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional de Brasil, Chile y Uruguay.

La Conferencia votó como presidencia honoraria de la sesión a los trabajadores y la juventud del pueblo egipcio que están protagonizando un profundo proceso revolucionario en el norte de África, a los estudiantes chilenos que vienen luchando por la educación pública y contra los resabios pinochetistas del régimen, y a los trabajadores e inmigrantes asesinados por las policías Federal y Metropolitana hace un año en el Parque Indoamericano en su lucha por la vivienda. Como presidencia efectiva se eligieron a Daniel Romero, delegado despedido de Disco en lucha, Julio Rovelli, destacado activista LGTB y ex candidato del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, las compañeras Sofía Sagripanti, ex vicepresidenta de la Federación Universitaria de Comahue (FUC) de Neuquén, Mérida Doussou, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), y Noel Argañaraz dirigente de la lucha secundaria de Córdoba el año pasado, así como a Leo Améndola y Fernando Scolnik por la mesa nacional de la Juventud del PTS.

El debate de la Conferencia comenzó con un informe de este último que planteó los ejes a discutir, partiendo de los documentos presentados previamente y discutidos en todos los plenarios regionales de la Juventud del PTS, aunque la reunión dio un importante paso más allá de lo debatido en la pre-Conferencia, actuando como verdadero órgano dirigente que, lejos de reunirse para cumplir con una rutina, avanzó en los análisis y respuestas políticas. La Conferencia, ligada estrechamente al Congreso del PTS a realizarse los días siguientes, debía discutir el rol a cumplir por la Juventud del PTS en la pelea por construir un partido leninista de vanguardia en Argentina, como parte de la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional, de cara al segundo mandato de Cristina Fernández, que estará atravesado por los efectos de la crisis capitalista internacional, el giro a derecha del gobierno que ataca a los sindicatos y la acción directa, así como la “sintonía fina”, es decir, el ajuste del “modelo” contra los intereses de los trabajadores y el pueblo pobre.

Al igual que el Congreso, la Conferencia se hizo bajo la hipótesis de que esta situación abrirá mayores posibilidades a los revolucionarios, aunque no sabemos con qué ritmos, para avanzar en la construcción de un partido leninista de vanguardia que se prepare para vencer en las futuras crisis. Por eso, la discusión central de la Conferencia estuvo articulada alrededor del debate sobre cómo construir una juventud revolucionaria trabajadora y estudiantil del PTS de miles de militantes que se proponga dirigir fracciones en el movimiento obrero y en el movimiento estudiantil, partiendo no sólo de los cambios en la situación política, sino también de las conquistas que ya tiene el PTS, tanto los bastiones y trabajos en estructuras, como así también el importante avance que representó este año el FIT, que instaló a la izquierda trotskista en la escena política nacional. Por eso la necesidad de realizar una Conferencia de Organización que discuta las medidas políticas y organizativas necesarias para estar a la altura de esas conquistas y esos desafíos, para luchar contra el sectarismo y poner en pie esa juventud de miles que se proponga, junto al trabajo adulto del PTS, jugar un rol decisivo en la construcción de una dirección revolucionaria que le permita a los explotados vencer y que esta vez la crisis la paguen los capitalistas.

Las casi 50 intervenciones debatieron sobre algunas de las principales medidas propuestas desde el informe para encarar este desafío. Entre ellas, se incluye iniciativas audaces para revolucionar la estructura actual de la Juventud del PTS con la perspectiva de incluir a miles de compañeros y compañeras nuevos a nuestras filas en el próximo período, partiendo de distintos niveles de adhesión política a nuestras ideas. Un primer nivel tiene que ver con los miles de jóvenes que nos han apoyado políticamente en las elecciones nacionales, estudiantiles y sindicales, que en algunos casos son simpatizantes cercanos de la Juventud del PTS y que todavía no les hemos planteado militar en común, siendo conscientes de la urgencia que tenemos para prepararnos para enfrentar la crisis con una estrategia para vencer, y transmitiendo la tradición y el legado del trotskismo (ver aparte la importante intervención del camarada Emilio Albamonte, que se dirigió a los delegados de la juventud con este contenido). Además, distintas intervenciones explicaron que algunos simpatizantes no se deciden a militar porque aún no conocen todo hasta el final o por falta de tiempo, entre otros motivos, pero a la vez que hay muchos síntomas de que trabajar en una escala de construcción mucho más amplia está absolutamente planteado por la simpatía con la que contamos en miles de compañeros. Por eso la Conferencia resolvió que nos propongamos incorporar a nuestras filas a toda una nueva camada militante de una forma nueva, con una adhesión “sentimental” a nuestro programa, al Manifiesto de la Juventud del PTS. Es decir, a los compañeros que aún no tengan una comprensión científica de nuestro programa y nuestra estrategia pero tiendan a coincidir con sus núcleos fundamentales, aún sin conocerlos hasta el final. Incorporar a esos compañeros y compañeras para hacer una experiencia juntos en la Juventud del PTS, profundizando nuestros acuerdos en la militancia común, luchando codo a codo, y en los debates dentro de nuestra organización, tanto los que hacen a la intervención política inmediata como a la formación teórica y los debates ideológicos.

Para esto la Conferencia resolvió un importante cambio: sugerir a los equipos juveniles del PTS, que serán los que decidan en última instancia, romper toda barrera organizativa, funcionar en común en un 100% en equipos únicos que incluyan a los compañeros del PTS que militan en la juventud y a las y los compañeros nuevos que recién se acercan a militar a la Juventud del PTS. Esta medida parte de apostar tendencialmente a que los compañeros de más tiempo en el partido, que ya tienen una comprensión científica del programa, sean apenas un 30% de los equipos de la Juventud del PTS, cumpliendo el rol de organizar decenas de compañeros en cada equipo y formarlos en nuestra estrategia, nuestra teoría y nuestro programa, en el camino de una rápida rotación en la que ese rol lo pasen a jugar en poco tiempo los más nuevos, yéndose los cuadros a cumplir nuevas tareas en el movimiento obrero y otras tareas partidarias. Los compañeros nuevos, además, se incorporarán ya no en los años de reformismo kirchnerista, de alto conformismo social basado en el crecimiento económico, sino en un nuevo período signado por una mayor lucha de clases y enfrentamiento al giro a derecha del gobierno, lo cual favorecerá la formación de nuevas camadas que se acerquen a las filas de los revolucionarios. Este fue el debate central de la Conferencia para avanzar los cambios políticos y organizativos para construir una juventud revolucionaria de miles.

Por otro lado, además de aquellos que se acercan por una simpatía política más general a nuestras ideas, el otro nivel de compañeros a los cuales nos tenemos que dirigir tiene que ver con aquellos sectores de la juventud que son sensibles a posiciones de izquierda pero que todavía depositan expectativas en el gobierno o en la centroizquierda, pero que está planteado que por la propia dinámica de la situación política pueden acercarse más claramente a las ideas de las izquierda, para lo cual es importante articular un diálogo a partir de tácticas diversas. Por eso la conferencia discutió la importancia de que la Juventud del PTS impulse fuertes campañas políticas, desde el apoyo a los conflictos obreros y populares, hasta tácticas e iniciativas desde Pan y Rosas y l@s compañer@s LGTB, ya que son parte del programa de la Juventud del PTS para luchar contra la opresión (generando también los indispensables debates contra el machismo y la homofobia también en nuestras propias filas), y son fundamentales para dirigirnos a sectores más amplios en lucha con los K que, por ejemplo, niegan el derecho al aborto. De la misma forma, hay otras iniciativas como el viaje a Zanón que realizamos cientos de compañeros, que debemos pensarlas para potenciar la influencia política de las ideas y de las conquistas del trotskismo, estableciendo un diálogo con otras corrientes o agrupamientos, como podría ser la propuesta de que la FUBA y los centros de estudiantes tomaran en sus manos la reivindicación de la gesta ceramista que mostró un camino de salida obrera a la crisis de 2001 y recobra valor frente a la nueva crisis capitalista.

La Conferencia discutió, en este sentido, que la construcción de una juventud de miles tiene que ser fuerte para movilizar en las calles, para actuar como tribuna política haciendo visible la política del PTS, para responder rápido como “infantería ligera” ante los eventos de la lucha de clases, pero que a la vez debemos tener el objetivo de multiplicar los bastiones en el movimiento obrero y en el movimiento estudiantil, para contar, frente a los futuros episodios de la crisis, con fracciones revolucionarias que puedan actuar desde los principales resortes de la economía como la gran industria, los transportes y los servicios, y desde las grandes concentraciones estudiantiles en las cuáles pelear por decenas de miles que aten su destino a la lucha de los trabajadores, siguiendo las tradiciones del Cordobazo y el Mayo Francés. Por eso se discutió también que un 30% de los estudiantes de nuestra organización, además de la juventud trabajadora, deben dedicar lo central de su trabajo militante a la construcción en el movimiento obrero mediante el impulso del periódico clasista Nuestra Lucha, la revista de la Juventud del PTS, e impulsando actividades políticas, sociales, deportivas o culturales, además del apoyo a las luchas. Y en el movimiento estudiantil se discutió sobre la necesidad de jerarquizar más la producción teórica y la lucha ideológica que venimos devaluando, así como la lucha política contra los jóvenes K y las variantes de izquierda reformista como La Mella o el Frente Popular Darío Santillán que tienen peso en distintas universidades pero que plantean estrategias impotentes frente a la crisis capitalista.

También, y con la presencia de compañeros de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, se resolvió que en el marco de la crisis capitalista cobran especial importancia las campañas internacionalistas y el apoyo que desde el PTS le podamos dar al desarrollo de los grupos de la FT que están dando importantes luchas por la formación de direcciones revolucionarias, participando con una estrategia revolucionaria en las luchas de los indignados en el Estado Español, peleando por una fracción revolucionaria en el NPA francés, siendo protagonistas del movimiento estudiantil chileno contra la política conciliadora del PC, plantándose contra la represión a los TIPNIS en Bolivia, enfrentando la militarización de la USP en San Pablo, o contra la militarización en México, entre algunas de las principales luchas que están dando distintos grupos de la Fracción Trotskista.

Por último, la Conferencia resolvió la conformación de una mesa nacional de coordinación de la Juventud del PTS de carácter federativo, con la participación de compañeros de todas las regionales, y el Congreso del PTS incorporó nuevos compañeros y compañeras de la juventud a su Comité Central, sumándose a los que ya eran parte.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Egipto: Una revolución en curso


por Claudia Cinatti,
www.ft-ci.org

A diez meses de las movilizaciones de enero-febrero de 2011 que derribaron al odiado dictador Hosni Mubarak, una tercera oleada de movilizaciones y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad sacudió las inmediaciones de la emblemática Plaza Tahrir. Esta nueva ola de protesta comenzó el 16 de diciembre cuando la policía militar intentó desalojar violentamente a un grupo de manifestantes que exigía la renuncia del primer ministro Kamal Ganzouri y del gobierno del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA).

Durante cinco días una multitud compuesta por jóvenes, mujeres y trabajadores resistieron la feroz escalada represiva del régimen militar que dejó un saldo provisorio de 14 muertos y más de 800 heridos. Las imágenes de soldados arrastrando a una mujer, golpeándola en el piso y desnudándole el torso, terminaron por hacer estallar la bronca popular. El 20 de diciembre alrededor de 10.000 mujeres marcharon por las calles del Cairo para repudiar el accionar del ejército y exigir el fin del gobierno del CSFA. Según la crónica del diario New York Times, los historiadores consideran que esta movilización que unió a mujeres islamistas y laicas fue “la mayor manifestación de mujeres en la historia egipcia moderna, la más significativa desde que una marcha en 1919 contra el colonialismo británico inauguró el activismo femenino en el país y una rareza para el mundo árabe” (NYT, 21-12-11). Indudablemente, la entrada en escena de las mujeres, un sector tradicionalmente oprimido, es expresión inconfundible de la profundidad del proceso revolucionario. Una vez más, el intento de aplastar por medios militares a los sectores de vanguardia que permanecen en la Plaza Tahrir, separándolos de las amplias masas, terminó fracasando. Ante la contundencia de las imágenes que muestra los abusos y la violencia represiva, la política del ejército de acusar a los manifestantes de “infiltrados de Mubarak” y “contrarrevolucionarios” se fue diluyendo. La contundencia de las mujeres movilizadas y el mensaje del gobierno de Estados Unidos, su principal aliado y sostén, que a través de Hillary Clinton les hizo saber de que se estaban pasando de la relación de fuerzas, llevó a que retrocedieran coyunturalmente. El CSFA intenta proseguir “normalmente” con una nueva fase de las elecciones legislativas, que se reiniciaron el 21 de diciembre, aunque según los medios locales, con una participación mucho menor que las dos elecciones anteriores. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para cerrar la crisis. Para el viernes 23 está convocada una nueva movilización masiva, mientras tanto siguen los enfrentamientos y las protestas. Las últimas movilizaciones estallaron a solo un mes de que decenas de miles de egipcios salieran a las calles contra el intento del ejército de perpetuarse, mediante “cláusulas supraconstitucionales” que le garantizan derecho a veto, como la principal institución del estado y el régimen, permitiendo, en el mejor de los casos, el establecimiento de una democracia tutelada como cobertura del poder militar. Estas movilizaciones de mediados de noviembre dejaron un saldo provisorio de 42 muertos y unos 2.000 heridos en violentos enfrentamientos con la policía militar protagonizados principalmente por una alianza de jóvenes de clase media y jóvenes trabajadores y plebeyos, a los que la prensa bautizó como los “soldados de la Plaza Tahrir”, que mostraron una organización superior para resistir los embates de la represión que la que se vio durante las jornadas de enero, incluso algunos medios hablan del desarrollo de “comités populares”, aunque con un programa limitado de exigir la renuncia del CSFA y la transferencia del poder a un “gobierno civil de salvación nacional”.

Esta respuesta de masas derrotó la línea represiva del régimen, que si bien mantuvo una fuerte presencia policial y militar, trató de evitar que la represión estatal terminara desatando un proceso de movilización aun más masivo y radicalizado. Tras la renuncia del gobierno civil títere de E. Sharaf, la Junta Militar selló un pacto con la Hermandad Musulmana, la principal organización político-religiosa burguesa del país, para salir de la crisis, ofreciendo concesiones mínimas como adelantar un año las elecciones presidenciales, para sostener las elecciones legislativas del 28 de noviembre, pero sin ceder a las demandas centrales del movimiento de masas. Aunque siguieron las movilizaciones no alcanzaron para derrotar el plan de la junta militar, que inició el proceso electoral como estaba previsto. Una de las debilidades de las protestas de noviembre fue que no intervino la clase obrera organizada, que fue decisiva en la caída de Mubarak.

El rol contrarrevolucionario del ejército al descubierto

Tras la caída de Mubarak, el ejército jugó un rol clave para detener la movilización revolucionaria, usurpando el triunfo popular y transformándose en el artífice de una supuesta “transición” hacia un régimen democrático burgués, política que contó con el aval del gobierno de Estados Unidos. Esto fue posible porque las fuerzas armadas conservan algo de su prestigio por su pasado “nacionalista”, porque el ejército no fue el eje de la represión durante las movilizaciones sino que posó de “amigo del pueblo”, evitando de esa manera una fractura en sus filas y porque producto de esta ubicación logró la confianza de alrededor del 80% de la población. Además, la Hermandad Musulmana, la principal organización político-religiosa del país, a la que pertenecen sectores de la burguesía local, actuó como sostén del gobierno del CSFA, lo que provocó la ruptura de gran parte de su juventud(1).

Estas ilusiones en que el ejército podía jugar un rol progresivo se fueron disipando. Entre otras medidas, el CSFA mantuvo la ley de emergencia, sancionó una legislación que prohíbe las huelgas y la organización sindical, detuvo a unos 12.000 activistas, que fueron juzgados por tribunales militares, torturados y muchos de ellos condenados. Aunque ensayó algunos gestos políticos de mayor autonomía (permitió que pasaran por el Canal de Suez barcos iraníes, lo que no ocurría desde 1979, momento en que se rompieron las relaciones diplomáticas entre ambos países) mantuvo los compromisos internacionales como el acuerdo de paz con el Estado de Israel y su rol de policía hacia el pueblo palestino. Con las fuerzas armadas en el gobierno, amplios sectores de masas hicieron la experiencia de que la política del CSFA era mantener la mayor continuidad posible con el régimen de Mubarak y conservar su rol como pilar del estado y del régimen al servicio de preservar los intereses económicos y políticos de la clase dominante local y el imperialismo. La brutal represión, en particular el abuso y ataque contra manifestantes mujeres, puso más en evidencia el rol del CSFA y hace que los enfrentamientos y las demandas sean más radicalizadas. Quizás por esto, el diario New York Times le aconseja a Obama que lo que llevó a pedir el retiro del CSFA del gobierno.

Un intento de desvío no consolidado

La estrategia de la Junta Militar, apoyada por Estados Unidos y otras potencias imperialistas, es tratar de ir desviando el proceso poniendo en marcha un calendario electoral complicado y extendido que durará al menos hasta marzo, con la promesa de realizar elecciones presidenciales en junio de 2012. Por eso era muy importante para el régimen realizar las elecciones del 28 de noviembre para desmovilizar y lograr recuperar algo de legitimidad.

La participación en las dos primeras rondas de las elecciones, que en promedio se ubicó en un 62%, objetivamente mostró que a nivel de masas hay ilusiones en los mecanismos de la democracia parlamentaria para ir desplazando, de manera gradual, el poder militar, aunque algunos analistas dicen que por ser el voto obligatorio y tener multa quienes no van a votar no es muy significativo. Sin embargo, la presunción de que en la tercera ronda electoral –que coincide con las movilizaciones de diciembre- la concurrencia fue mucho menor, podría estar indicando los límites de estas ilusiones cuando se chocan con la represión en las calles. Hasta el momento, los resultados electorales favorecen ampliamente a los partidos islamistas: el Partido de la Justicia y la Libertad (Hermandad Musulmana) obtendría alrededor del 40% de los votos y el Partido Al Nour ligado al islam salafista (una versión religiosa más extrema que tiene como ejemplo a Arabia Saudita), un 25%.

Si bien los partidos religiosos no son hegemónicos en las movilizaciones, es decir, que aunque participa su base no imponen su programa (en esto se diferencia de la revolución iraní de 1979 en la que el clero jugó un rol más importante y terminó imponiendo a Komeini), estos tienen un importante peso cuando intervienen las masas y los sectores más atrasados. Los partidos liberales del Bloque Egipcio quedaron relegados a un tercer lugar. Mientras que la Alianza la Revolución Continúa (formada por los movimientos juveniles de la Plaza Tahrir) quedó sexta en la mayoría de los distritos. En gran medida el sistema electoral está diseñado para favorecer a organizaciones con un aparato y una red de financiación propia, como la Hermandad Musulmana, ya que no hay financiación estatal de los partidos políticos.

Aparentemente, el plan para la “transición” que contaría con el respaldo de Estados Unidos, es ir a un régimen similar al de Turquía, en el que el ejército conserva un gran poder y es el garante de mantener controlado al islamismo político, aunque circunstancialmente gobiernen partidos islámicos moderados, como el actual Partido de la Justicia y el Desarrollo (con este esquema Turquía se mantuvo en la órbita norteamericana, con un acuerdo con Israel, aunque recientemente hay un cambio significativo de esta ubicación). Este “modelo turco” también estaría planteado en Túnez donde el principal partido islamista viene de ganar la mayoría de las bancas en las elecciones constituyentes. Sin embargo, ya hay quienes señalan que este “modelo turco” privado de su éxito económico, perdería todo atractivo(2). No está claro aun hasta dónde podrá avanzar este intento del ejército de legitimar un régimen donde siga siendo el principal resorte del poder. Todo indicaría que por una combinación de factores objetivos y subjetivos que desarrollaremos a continuación, estamos ante un proceso revolucionario profundo para el cual no vemos posibilidades de estabilizar un desvío reformista relativamente fácil, a la manera en que se implementó la política de “reacción democrática” en América Latina en la década de los ’80 que puso fin a las dictaduras militares que se habían impuesto tras la derrota del ascenso de los ’70.

El proceso egipcio como punto de inflexión en la lucha de clases

En la editorial de la revista Estrategia Internacional Nº 27 definimos que tras un período de 30 años de restauración burguesa, la oleada de movilizaciones en el Norte de África y el mundo árabe contra regímenes proimperialistas, dictatoriales o despóticos anunciaba el inicio de un nuevo ciclo de la lucha de clases. Como analogía histórica, lo comparábamos con la “primavera de los pueblos” de 1848 señalando el límite de que, a diferencia del siglo XIX, estamos en la época imperialista, de crisis, guerras y revoluciones, y con una clase obrera que ha pasado la experiencia de la revolución y la contrarrevolución del siglo XX. Si bien por las décadas de retroceso de la clase obrera y la crisis del marxismo revolucionario nuestra visión es que estos procesos serán más tortuosos, a diferencia de otros momentos, también serán más difíciles de contener en el marco de una crisis histórica capitalista, comparable en su significado a la crisis de 1930, y de una decadencia hegemónica norteamericana que hace que la situación internacional sea más convulsiva. Transcurrido un año desde que hicimos esa definición, en la que aun dejábamos abierto los contornos precisos que podría tomar este nuevo ciclo ascendente de la lucha de clases, podemos decir que por una combinación de factores la situación más avanzada se está dando en Egipto, donde creemos se ha abierto la primera revolución del siglo XXI. Entre estos factores los determinantes son:

a) La crisis capitalista

Los motores de la primavera árabe en general y de Egipto en particular son profundos y articulan demandas estructurales económicas –como el salario, el empleo, la obscena desigualdad social- con demandas democráticas –el fin del régimen militar, la expulsión de los personeros del viejo régimen de los puestos gerenciales de las empresas, etc. En Egipto, las masas se han rebelado contra las condiciones impuestas por el giro neoliberal que si bien se inició con la apertura económica bajo el gobierno de Sadat en la década del ‘70, se profundizó de manera decisiva con los planes del FMI implementados por Mubarak desde mediados de la década de 1990 y dio un salto a partir de 2004. Entre otras medidas, se privatizó gran parte de la industria estatal, se revirtieron medidas agrarias que habían favorecido a sectores campesinos pobres permitiendo la vuelta del latifundio, se incrementó la precariedad laboral y creció la cantidad de pobres urbanos, que por millones habían fluido a las grandes ciudades a principios de la década de 1970. La cúpula del ejército resultó ampliamente beneficiada con estas medidas y se quedó progresivamente con el control de entre el 20 y el 30% de la economía. El deterioro en el nivel de vida de los asalariados y la desigualdad social obscena que se fue consolidando en las últimas tres décadas ya habían llevado a duras experiencias de huelgas bajo la dictadura de Mubarak (2006 y 2008).

Estas condiciones se agravaron con las consecuencias de la crisis económica mundial que llevó a un proceso inflacionario que se sintió en la canasta básica, debido a la suba internacional de los precios de las materias primas que Egipto está obligado a importar, combinado con la baja de los subsidios estatales. Ya en 2008 la suba del precio del pan derivó en una “revuelta del hambre” a la que muchos analistas compararon con el proceso de radicalización de los años ’70. Según estimaciones extraoficiales, la desocupación llega al 24% y la mitad de la población vive con menos de dos dólares diarios (entre ellos buena parte de los empleados públicos). En contraste, Egipto es el país con mayor cantidad de multimillonarios del continente africano (7 de 40) según la revista Forbes. A pesar de que algunas potencias imperialistas tuvieron la política de condonar una parte de la deuda y hacer un plan de ayuda financiera, por las condiciones más generales de crisis económica, que golpea fuertemente las economías centrales, no hay posibilidades de poner en marcha un plan que permita hacer concesiones significativas. Por dar solo un ejemplo, a cambio del apoyo de Egipto a la primera guerra del Golfo, Estados Unidos condonó unos 7.000 millones de dólares de la deuda, este año, lo que ofreció fue una garantía para préstamos por 1.000 millones.

b) El lugar de Egipto en el esquema regional de dominio imperialista

Egipto es el país más importante del mundo árabe, con una población de alrededor de 82 millones de habitantes y una estructura de clases moderna, surgida de diversos procesos de industrialización y urbanización emprendidos a comienzos de la década de 1950 y desarrollados durante los años de Nasser, que transformaron su estructura anterior predominantemente rural. Aunque el sector agrario sigue teniendo mucho peso, la clave son las grandes ciudades como El Cairo o Alejandría. El bonapartismo nasserista era reaccionario hacia el proletariado egipcio, prohibiendo su organización independiente (era un régimen basado en el ejército y en un partido único), pero en el escenario internacional lideraba el bloque antinorteamericano y antisionista. Producto de esta ubicación, Egipto había sido un actor central en las cuatro guerras árabes más importantes contra el estado de Israel (1948-49; Suez en 1956, guerra de los seis días en 1967 y guerra de Yom Kipur en 1973).

Nasser fue uno de los principales impulsores del Movimiento de Países No Alineados, y luego de la derrota en la Guerra de los Seis días, estrechó sus relaciones políticas y militares con la Unión Soviética. Esta ubicación empezó a cambiar tras la guerra de Yom Kipur bajo la presidencia de su sucesor, A. Sadat, que en 1978 bajo el auspicio del presidente norteamericano Jimmy Carter, firmó la paz con el estado sionista. De esta manera, Egipto se transformó en una de las piezas clave del dispositivo de seguridad norteamericano en el Medio Oriente, lo que compensó en cierto sentido la pérdida de Irán como aliado fundamental del imperialismo norteamericano tras la revolución de 1979. Desde entonces, el régimen egipcio basado en un partido único (bajo Mubarak el Partido Nacional Democrático) y en el poder militar ha venido garantizando la estabilidad regional y la seguridad del estado de Israel. Por esto mismo es el segundo receptor de ayuda financiera de Estados Unidos, después de Israel (el tercero es Colombia). Entre otros servicios, mantiene cerrada la frontera con la Franja de Gaza, lo que contribuye al ahogo y el aislamiento del pueblo palestino, a la vez que ejerce un poder coercitivo sobre Hamas (este rol lo jugaba fundamentalmente O. Suleiman, el hombre de elección de Washington a la caída de Mubarak que no pudo permanecer en el poder por presión del movimiento de masas). Si bien una de las debilidades que tienen los procesos árabes de conjunto es que no levantan como demanda central la lucha contra el imperialismo y el estado sionista, la gran mayoría de la población se opone a la injerencia norteamericana y es profundamente antiisraelí. Una expresión de esto fue el ataque contra la embajada israelí en El Cairo en septiembre que desató una aguda crisis diplomática. La intervención de la OTAN en Libia y la política represiva sostenida por aliados norteamericanos como Arabia Saudita en Bahrein no fue suficiente para revertir la relación de fuerzas y estabilizar la situación.

c) El carácter dictatorial del régimen y el rol del ejército

A diferencia de las luchas en países con regímenes democrático burgueses, que cuentan con mediaciones políticas y sindicales con una influencia más sólida en el movimiento de masas, en Egipto las masas enfrentan un régimen totalitario, una dictadura en la que el ejército concentra el poder del estado, del régimen y ahora también del gobierno, luego de la caída de Mubarak y la disolución del partido de gobierno –la otra burocracia estatal con control de órganos de seguridad especial que garantizaba el orden. La esencia de este esquema de dominio, heredado de la etapa del bonapartismo sui generis de Nasser transformado luego en un bonapartismo completamente reaccionario y proimperialista, es innegociable tanto para la burguesía egipcia (a la que pertenece la cúpula del ejército) como para el imperialismo. Tras la caída de Mubarak se está configurando un escenario en el que el islamismo de la Hermandad Musulmana, una organización que cuenta entre sus filas a sectores importantes de la burguesía y dice abiertamente defender la “economía de libre mercado”, aunque presenta ciertas contradicciones al imperialismo y al ejército, emerge como potencial garante de la estabilidad de un régimen de democracia tutelada. En este escenario las demandas democráticas se entrelazan con las reivindicaciones económicas, como sucede en varias de las huelgas obreras, y hace concreta la necesidad de un articular un programa transicional.

d) La dinámica de las clases

En el levantamiento de enero-febrero 2011, aunque no fue hegemónica, la intervención de la clase obrera se sumó de hecho al bloque de la Plaza Tahrir compuesto fundamentalmente por jóvenes de las clases medias, desocupados y pobres urbanos, y fue decisiva para acelerar la caída de Mubarak. De haber persistido esta situación se podría haber desarrollado la tendencia, ya presente, hacia una alianza de clases entre los trabajadores y la juventud. Justamente el ejército forzó la renuncia de Mubarak para evitar esta perspectiva. Luego de la caída de Mubarak, las clases tomaron una dinámica divergente, lo que ocurre casi como ley en todo proceso revolucionario: la clase obrera continuó una oleada de huelgas y ocupaciones que combinaban demandas económicas y políticas, y en sectores avanzados se aceleró el proceso de organización de sindicatos independientes y la liquidación de los sindicatos y la central obrera mubarakista. Las clases medias a excepción de sectores de vanguardia, apoyaron mayoritariamente a la Junta Militar, ejerciendo una fuerte presión sobre los trabajadores para que abandonen la lucha y así garantizar la “transición”. Esta fue la base social para la política represiva del régimen (ataque a la vanguardia, leyes antiobreras, persecución a la minoría de cristianos coptos, etc).

Pero a pesar de la prohibición de las huelgas, estas siguieron desarrollándose. Según una nota reciente(3) sobre la situación de la clase obrera, el punto más alto de esta oleada de huelgas se registró en septiembre, con la participación de alrededor de 750.000 trabajadores, principalmente docentes, trabajadores de la salud, el transporte y de refinerías de azúcar. Estas acciones fueron convocadas por sindicatos independientes y en algunos casos tuvieron alcance nacional. Las demandas de los trabajadores van más allá del pago o el aumento del salario, enfrentan la precarización laboral, reclaman la renacionalización de empresas privatizadas, e incluyen demandas populares, como el derecho a la educación y la salud. Estos son síntomas de que si bien en las últimas movilizaciones de noviembre y diciembre la clase obrera no jugó un rol central, evidentemente es un actor político fundamental que está haciendo una experiencia acelerada. Tanto el régimen militar como las variantes políticas burguesas que se preparan para asumir el poder perciben el peligro latente de una potencial alianza obrera y popular.

Una etapa revolucionaria

Con la caída de Mubarak, nuestra corriente definió que estábamos ante los inicios de un proceso revolucionario y que la asunción del gobierno de la Junta Militar no resolvía por sí misma a su favor la relación de fuerzas, aunque la instalación de este gobierno de “transición” basado en el prestigio que mantenía el ejército por no haber sido el eje de la represión durante los 18 días de movilización había fracturado el bloque de clases que llevó a la caída de Mubarak(4). La dinámica que tomaron los acontecimientos en estos diez meses confirma que se abrió una etapa revolucionaria prolongada, que con las diferencias del caso, podemos comparar al ciclo de luchas que en diversos países dieron lugar al ascenso de 1976-81, como el Cordobazo en Argentina, aunque desde el punto de vista de la crisis histórica del capitalismo, las condiciones se asemejan más a los ’30.

Con esto queremos decir que el proceso revolucionario egipcio es superior a las Jornadas Revolucionarias como las del 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina, las de febrero/octubre de 2003 en Bolivia, o antes las jornadas que derribaron la dictadura de Suharto en Indonesia en 1998. Pero no se trata de un proceso similar a la revolución rusa de 1917 que entre febrero y octubre llevó a la toma del poder por parte del proletariado. En el momento de la caída de Mubarak hemos diferenciado este proceso de la “revolución de febrero” principalmente porque no ha dividido al ejército ni ha dado organismos de doble poder obrero, y aunque la clase obrera intervino, no fue hegemónica(5).

Nuestra hipótesis es que probablemente estemos ante un proceso análogo al de la revolución española que se abrió en 1931 con la caída del rey Alfonso y se cerró con la derrota de la guerra civil en 1939. Es decir que estamos ante un proceso con ritmos prolongados, en gran medida por la debilidad subjetiva y sobre todo, por la ausencia de una dirección revolucionaria, que puede pasar por diversas situaciones –electorales, de retroceso, etc.- antes de que se resuelva en uno u otro sentido. Para Trotsky, era fundamental para definir la política, poder determinar con la mayor precisión posible los ritmos de desarrollo de una revolución, aunque en el caso de períodos prolongados esos ritmos no se pueden prever más que interpretando correctamente los síntomas de la lucha de clases y los fenómenos políticos en función de las experiencias que hagan las masas (6). Al inicio de la revolución española, Trotsky tomaba los elementos objetivos y subjetivos que hacían prever que sus ritmos iban a ser más lentos que los de las revoluciones rusas de febrero-octubre de 1917. Entre los objetivos, el elemento decisivo en la dinámica de la revolución rusa era la guerra que había aumentado las penurias de las masas campesinas y obreras acelerando el proceso revolucionario. Desde el punto de vista subjetivo, la gran diferencia era que el proletariado y las masas campesinas rusas habían tenido su “ensayo general” revolucionario en 1905 y que existía el partido bolchevique, elementos con los que no contaban las masas españolas. Este desarrollo más lento también daba más tiempo para la construcción de un partido obrero revolucionario. Salvando las distancias, creemos que podemos aplicar el método de Trotsky para el proceso revolucionario egipcio: como en el caso de la revolución española no hay guerra pero la crisis económica es comparable con la crisis de los ’30. El proletariado egipcio es mucho más débil desde el punto de vista subjetivo, que lo que era la clase obrera española y, como en el caso de España, tampoco tiene un “ensayo general” revolucionario próximo en el tiempo que permita, como decía Trotsky de la clase obrera rusa, “recorrer un camino conocido”.

En 2001, habíamos planteado que las jornadas del 19 y 20 de diciembre en Argentina habían abierto una etapa revolucionaria con “ritmos españoles”. Sin embargo, retrospectivamente corregimos esa definición, ya que fueron desviadas por la rápida recuperación de la economía, ligada a la devaluación y a la suba del precio de las materias primas, y la preservación del PJ como partido de la contención, lo que facilitó el proceso político de desvío con el surgimiento del kirchnerismo. En el caso de Egipto, por los elementos que señalamos en el punto anterior, no vemos posibilidades de salidas reformistas “a lo Kirchner” más que cierto maquillaje del poder del CSFA tras alguna forma de democracia burguesa tutelada por el poder militar. Esta realidad es la que expresaban justamente las normas supraconstitucionales y las propias declaraciones del jefe del ejército, el mariscal Tantawi que admitió sin tapujos que más allá de la constitución que se vote, el ejército va a continuar jugando el mismo rol de siempre, es decir, ser el garante del poder burgués y del imperialismo. Que hablemos del inicio de una revolución no quiere decir de ninguna manera que tiene asegurado el triunfo, ni que no sea posible a través de diversos mecanismos como la cooptación combinada con represión selectiva, ir agotando las fuerzas de las clases que intervienen. Probablemente por debilidad subjetiva y por la ausencia de una organización revolucionaria esto sea lo más probable. Pero sería un error confundir los procesos de la lucha de clases con sus resultados.

Al inicio del proceso afirmábamos que la caída de Mubarak marcó el inicio y no el fin del proceso revolucionario. El desarrollo de los acontecimientos está demostrando que ninguna de las demandas democráticas y estructurales profundas del movimiento de masas puede ser resuelta en los estrechos marcos del capitalismo y que es necesario no solo tirar un gobierno reaccionario sino destruir el estado burgués y las relaciones sociales de explotación en las que se basa y a las que defiende. Para derrotar los intentos contrarrevolucionarios del ejército, la burguesía egipcia y el imperialismo es necesario forjar la alianza obrera y popular para preparar una huelga general insurreccional que tire abajo el gobierno militar y abra el camino a un gobierno de los trabajadores y el pueblo.


Notas

1. Fue fundada en 1928 en el contexto del dominio colonial británico y la desaparición del califato otomano, abolido por K. Ataturk en 1924 que transformó a Turquía en una república laica. Adquirió características de una organización de masas en la década de 1940 por su rol contra el colonialismo británico y por su extensa red de asistencia social. Al comienzo la Hermandad Musulmana apoyó el golpe de los Oficiales Libres pero al poco tiempo rompió con Nasser, quien luego de sufrir un atentado, detuvo y ejecutó a sus principales dirigentes, incluido S. Qotb. Bajo Sadat y Mubarak tuvieron una existencia semilegal a cambio de no atacar ni al gobierno ni al estado, como organización le servía al régimen para intentar controlar la radicalización de estudiantes y trabajadores y la influencia del partido comunista y la izquierda nacionalista. Esta moderación produjo rupturas en sus filas y permitió que se fortalecieran grupos más radicales, entre ellos quienes asesinaron a Sadat. En las movilizaciones actuales la Hermandad Musulmana viene actuando como contención limitando los procesos de radicalización. Gran parte de su juventud rompió debido a esta orientación conservadora y fundó el partido Corriente Egipcia que participa regularmente en las movilizaciones e integra la coalición que agrupa a las organizaciones surgidas de la Plaza Tahrir.

2. M. Davis, Spring Confronts Winter, New Left Review 72, Nov-Dec 2011

3A. Alexander, The strike wave and the crisis of Egyptian state, Ahram Online, 16 de diciembre de 2011.

4. Perspectivas del proceso revolucionario en Egipto, EI Nº 27, marzo de 2011.

5. Refiriéndose a esta comparación, B. Kagarlitsky plantea que a diferencia de febrero de 1917, en Túnez o en Egipto “bajo la presión de las multitudes el sistema de instituciones estatales fue sacudido pero ahsta ahora se mantiene en pie. Si hay un “octubre árabe” aquí, la analogía no es con octubre de 1917 sino con el Manifiesto de Octubre del zar Nicolás II en 1905. En Rusia en octubre de 1905 el viejo régimen se vio obligado a otorgar libertades al pueblo, pero no tenía ninguna intención de entregar el poder. Mientras tanto, las reformas sociales y económicas ni siquiera estaban oficialmente en la agenda, aunque estaba implícitas en las demandas planteadas por la población”. Reflections on the Arab Revolutions, Links, 30-11.

6. L. Trotsky, Escritos sobre España, La revolución española y sus peligros, 28 de mayo de 1931.