Por Claudia Cinatti, PTS Argentina
La disputa entre las potencias imperialistas y Rusia por el
definir el destino de Ucrania dio un nuevo salto con la anexión de
Crimea y la ciudad de Sebastopol –base de la flota rusa del Mar Negro- a
la Federación Rusa, luego de que un 97% de la población de esta
estratégica península de mayoría ruso parlante, desde 1954 una república
autónoma de Ucrania, votara retornar a Rusia.
La “reunificación” de Crimea con Rusia es la primera jugada de Putin
como respuesta al derrocamiento de Yanukovich y su reemplazo por un
gobierno aliado de Estados Unidos y la UE. En la ceremonia de anexión
realizada el 18 de marzo en el Kremlin, el presidente ruso usó un tono
fuertemente nacionalista y comparó la situación de Crimea con la de
Kosovo (reconocido por occidente como república independiente). Aclaró
que no tiene intenciones de seguir avanzando sobre la región este de
Ucrania, pero a la vez reiteró su compromiso de defender los derechos de
los rusos que viven tanto en Ucrania como en otros países que formaban
parte de la ex Unión Soviética, usando “medios diplomáticos, políticos y
legales”, lo que fue leído como una amenaza de seguir escalando.
Estados Unidos y la UE también mostraron sus cartas: como era de
esperar, condenaron la anexión de Crimea y aprobaron una serie de
sanciones dirigidas principalmente a individuos –una lista de
funcionarios, jefes militares y algunos oligarcas rusos y ucranianos-
que no tocan el corazón de la economía de Rusia ni al círculo íntimo de
Putin, reservándose la posibilidad de ampliar las medidas punitivas.
Además, Estados Unidos trató de dar una señal de su poderío militar,
reforzando la seguridad de Polonia y los países bálticos (Lituania,
Estonia y Letonia) actualmente bajo la égida de la OTAN.
Esta escalada parece inscribirse aun en la lógica de una negociación in extremis.
Si bien la movida de Putin plantea un desafío a las potencias imperialistas al modificar por segunda vez las fronteras (ya lo había hecho en 2008 en Georgia con la independencia de Osetia del Sur y Abjasia), su intención no es declarar una guerra a las potencias occidentales, sino mejorar la relación de fuerzas para negociar.
Por su parte, ni Estados Unidos ni la UE están dispuestos a ir a una ruptura insalvable con Rusia, menos aun a un enfrentamiento militar. Pero incluso si se mantuviera en su dimensión actual, el conflicto en Ucrania ya ha puesto las relaciones entre Rusia y Occidente en su punto más bajo desde la disolución de la URSS y ha abierto una crisis internacional que potencialmente puede alterar las coordenadas del sistema internacional surgido tras la guerra fría. Si se percibe que las potencias occidentales y en particular Estados Unidos, no son capaces de imponerse y mantener el orden, otros actores, desde Corea del Norte o Irán hasta China podrían verse alentados a hacer avanzar sus intereses.
Límites
Hasta el momento, la crisis en Ucrania, ha puesto de relieve tanto
los límites de las potencias occidentales para responder al desafío ruso
como las debilidades del régimen de Putin para reasegurar a Rusia
incluso su zona de influencia más cercana.
En el frente imperialista, tanto Estados Unidos como la Unión Europea coincidieron en imponer una primer ronda de sanciones limitadas, sin embargo, no se pudieron poner de acuerdo en una lista común de individuos alcanzados por estas medidas, dejando en evidencia las brechas abiertas por la divergencia de intereses.
A pesar de los roces entre Estados Unidos y Rusia (como el affaire
Snowden) y la actitud más agresiva de Obama, la colaboración rusa es
vital en los principales conflictos en los que aun está implicado el
imperialismo norteamericano, como la ocupación de Afganistán, donde las
tropas de ocupación dependen del uso del espacio aéreo ruso para su
abastecimiento, o la posibilidad de mantener la expectativa de una
salida negociada a la guerra civil en Siria.
En el caso de la UE, quedó expuesta su falla de origen para tener una
política exterior común: como lo sintetiza el diario Le Monde, “la
Europa del Sur tirando en un sentido (nada contra Rusia), la del Norte
en otro (un bloque cerrado contra Putin) y en el medio, Alemania,
Francia y Gran Bretaña incapaces de una elección clara”. A estas
diferencias al interior del bloque se suma la dependencia energética de
la UE con respecto a Rusia y su vulnerabilidad a medidas que pudieran
afectar seriamente los lazos comerciales con Moscú y agravar las
consecuencias de la crisis capitalista. La UE importa el 85% del
petróleo y el 67% del gas natural que consume (un 30%, principalmente el
que va a Europa Central y del Este proviene de Rusia). Uno de los
países que más se vería afectado es Alemania, que tuvo un intercambio
comercial con Rusia de 77.000 millones de euros durante 2013, donde
exporta maquinaria, automóviles, productos químicos y otros bienes y
donde las empresas alemanas tienen una inversión calculada en 20.000
millones de euros. Eso explica la posición de Merkel, tratando de hacer
un equilibrio entre condenar la posición rusa y preservar estas
posiciones económicas.
Por su parte, Putin arriesga a “ganar Crimea” –una posición
relativamente segura dada la presencia de la principal flota militar
rusa del Mar Negro- al precio de “perder Ucrania”, el país más
importante en su frontera occidental y uno de los pilares de su
estrategia geopolítica de recrear una esfera de influencia que amortigüe
la ofensiva de Estados Unidos y la UE, frene el avance de la OTAN y
garantice su estatus de potencia regional con cierta proyección para
influir en conflictos internacionales de importancia estratégica. Un
conflicto prolongado con occidente sería un golpe para su economía que
está virtualmente estancada, con un crecimiento anémico de 1,3% durante
2013. En lo inmediato, la demagogia nacionalista por la anexión de
Crimea lo fortaleció internamente, su popularidad ha trepado al 70% y
retiene el apoyo de la la elite de oligarcas, pero esa situación podría
revertirse, justamente con sus sanciones, a las que están expuestos los
principales millonarios rusos que tienen sus bienes en el exterior, las
potencias occidentales buscan minar la base interna de Putin.
Nacionalismos
Tanto las potencias occidentales como Putin están usando la carta
nacional para hacer avanzar sus intereses, opuestos por el vértice a los
trabajadores y los sectores populares rusos y ucranianos.
El gobierno pro occidental de Ucrania –una alianza entre
neoliberales, partidos de extrema derecha y grupos neonazis- alienta al
odio ancestral anti ruso fundado en la opresión histórica sufrida
primero bajo el imperio zarista y luego bajo el estalinismo, para sus
fines reaccionarios de aliarse las potencias imperialistas y pactar su
sumisión al FMI y Bruselas a favor de los negocios de los oligarcas
locales. Putin utiliza el nacionalismo y la identidad étnica rusa para
establecer en Crimea una posición de fuerza en su relación con las
potencias occidentales y reafirmar los intereses de los capitalistas
rusos.
Mientras tanto, los trabajadores y los sectores populares, tanto en
Rusia como en Ucrania, sufren condiciones de vida cada vez más
degradadas, y van a ser quienes paguen los costos de la crisis
capitalista. La integración a la Federación Rusa capitalista bajo el
régimen de Putin y los oligarcas no significará un avance hacia la
liberación de los trabajadores y sectores populares de Crimea. Aunque
hoy parezca una perspectiva lejana, la única salida progresiva surgirá
de la lucha unificada de la clase obrera contra sus explotadores locales
y sus socios imperialistas en el camino de imponer un gobierno obrero y
popular.