sábado, 8 de diciembre de 2012
Egipto | “El pueblo quiere que caiga el régimen”
Por Claudia Cinatti, FT-CI
La vieja consigna que gritaban centenares de miles contra la dictadura de Mubarak a principios de 2011 vuelve a resonar con toda su fuerza en las calles de El Cairo y las principales ciudades de Egipto, esta vez dirigida contra el gobierno de M. Morsi del Partido Libertad y Justicia (ligado a la Hermandad Musulmana) y la Asamblea Constituyente con mayoría de partidos islamistas.
Desde hace dos semanas atrás, centenares de miles de jóvenes de clase media, estudiantes, mujeres, trabajadores, sectores populares vienen movilizándose contra el decreto por el cual el presidente egipcio se adjudicó poderes cuasidictatoriales para intentar consolidar un régimen autoritario hegemonizado por el islamismo moderado, y apoyado por el imperialismo a cambio de los servicios prestados por Morsi para lograr el cese del fuego entre Hamas y el estado de Israel.
Lejos de retroceder ante las protestas, la respuesta de Morsi fue hacer votar en tiempo récord el proyecto de nueva constitución y convocar a un plebiscito constitucional para el 15 de diciembre, esperando que la extensión nacional de la Hermandad Musulmana y sus redes clientelares en sectores populares permita ganar la votación, aunque sea por un margen ajustado.
Esta acción ofensiva de Morsi precipitó la dinámica de la movilización: el 4 de diciembre decenas, quizás centenares de miles rodearon el palacio presidencial obligando a Morsi a abandonar a escondidas el edificio. El 5 de diciembre, la Hermandad Musulmana convocó a la base islamista del gobierno a una “contramovilización” desatando violentos enfrentamientos entre ambos bandos con piedras y bombas molotov, con un saldo provisorio de 3 muertos y centenares de heridos. Por ahora el ejército no viene participando en las tareas represivas, intentando preservarse como hizo ante la caída de Mubarak. Al cierre de este artículo continuaban los enfrentamientos en las inmediaciones del palacio presidencial y en otras ciudades importantes del país. De profundizarse esta situación de tensión extrema puede poner en cuestión la continuidad del gobierno de Morsi y la “transición democrática” como forma de desvío del proceso revolucionario.
Una constitución a la medida del islamismo, los militares y el imperialismo
La nueva constitución, producto de un proceso constituyente completamente antidemocrático pactado con el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, es un intento de consolidar un régimen basado en la alianza de la Hermandad Musulmana (y secundariamente otras variantes islamistas como los salafistas) con los militares y el imperialismo que reemplace a la vieja dictadura de Mubarak por una “democracia tutelada” que conserve lo fundamental del viejo régimen.
Entre otras cosas, la nueva constitución proclama al islam como religión de estado (lo que ya regía en la constitución anterior y bajo Mubarak), declara los principios de la ley islámica como la fuente de la legislación, mantiene a las fuerzas armadas como principal institución del régimen, dejándole el control del presupuesto de defensa (al que ingresa 1.300 millones de dólares en concepto de ayuda financiera de Estados Unidos) y el manejo de los asuntos militares, además de respetar en lo fundamental el rol de las fuerzas armadas en la economía y de conservar los odiados tribunales militares para juzgar a civiles (ante los cuales han sido procesados unos 12.000 activistas desde el fin de la dictadura).
Este giro bonapartista tiene un doble propósito: por un lado está destinado a resolver la disputa que tiene el gobierno con el poder judicial, donde se concentra los remanentes del viejo régimen, y por otro, liquidar la resistencia de la juventud y sectores avanzados de la clase obrera. Como parte de esta política de mantener bajo control a la clase obrera, el gobierno de Morsi con una medida demagógica de limpiar a la Federación sindical de la vieja dirigencia mubarakista, dictó un decreto por el cual remueve a la vieja dirigencia pero le da la facultad al ministro de trabajo, un miembro de la Hermandad Musulmana, de nombrar a la nueva dirección, liquidando de esa manera toda posibilidad de democratización de las organizaciones obreras, una demanda muy sentida por amplios sectores de los trabajadores que vienen fundando sindicatos independientes.
De esta manera, el gobierno intenta allanar el camino para avanzar con la implementación de un programa neoliberal de ajuste negociado con el FMI para descargar las consecuencias de la crisis capitalistas sobre los sectores populares y dar confianza oportunidad de negocios a posibles inversores extranjeros.
La Hermandad Musulmana y su brazo político, el Partido Libertad y Justicia, actúan con el apoyo de Estados Unidos y otras potencias imperialistas que ven al islamismo moderado egipcio como un aliado –junto con Turquía, Qatar y Arabia Saudita y el estado de Israel- para mantener la estabilidad regional y liquidar las tendencias revolucionarias de la primavera árabe. Por esto, como explica el diario Washington Post, “Estados Unidos se ha negado a criticar públicamente a Morsi o a condenar directamente la constitución propuesta”, lo que se ha visto claramente en las declaraciones de la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton que se limitó a llamar al diálogo y a que la nueva constitución garantice que Egipto cumpla sus “obligaciones internacionales”, es decir, mantenga su alianza con Estados Unidos y el estado sionista.
Entre el frente popular y la perspectiva de revolución
Esta nueva oleada de luchas enfrenta grandes desafíos. La enorme polarización entre partidarios y opositores de Morsi se basa fundamentalmente en el antagonismo entre el carácter laico o religioso del estado, tras el cual se ocultan los profundos antagonismos de clase. La Hermandad Musulmana es un partido de un sector de la burguesía egipcia que usa la religión y sus redes de asistencia para mantener bajo control a una amplia base popular utilizando la religión como instrumento de sometimiento. Sin embargo, la oposición laica reagrupada en el Frente de Salvación Nacional que hoy se propone dirigir las movilizaciones, aunque con un discurso democrático formal representa los mismos intereses de los enemigos de la clase obrera y los sectores populares. Este frente, que pretende consolidarse como una oposición liberal burguesa seria, está conformado por Mohamed ElBaradei, ex inspector de Naciones Unidas en Irak, el empresario multimillonario Naguib Sawiris, fundador del Partido Libre Egipcio, el exfuncionario de Mubarak y expresidente de la Liga Árabe Amr Moussa y el Partido de la Dignidad (nasserista y tibiamente nacionalista burgués) del excandidato H. Sabbahi. A ese rejunte de figurones y partidos liberales laicos, burgueses y pequeño burgueses, le capitula gran parte de la izquierda y las organizaciones surgidas de la plaza Tahrir, como el Movimiento juvenil 6 de abril.
El Frente de Salvación Nacional pretende usufructuar las banderas democráticas del proceso revolucionario para negociar con la Hermandad Musulmana el retiro del decreto dictatorial de Morsi, la suspensión del referéndum y la elección de una nueva Asamblea Constituyente con mayor representación de sectores laicos pero con el mismo programa de establecer un régimen tan proimperialista y patronal como el actual.
Los jóvenes, los trabajadores de las grandes concentraciones obreras y los sectores populares y empobrecidos por las consecuencias de las políticas neoliberales de Mubarak y de la crisis capitalista han hecho una enorme experiencia de lucha en los casi dos años que transcurrieron desde la caída del dictador, creando organizaciones políticas y sindicatos independientes, protagonizando huelgas y movilizaciones y enfrentando la represión. La oposición burguesa democrática, basándose en la denuncia de la opresión religiosa, intenta limitar esta experiencia reduciendo los términos del enfrentamiento a laicos versus islamistas.
Las movilizaciones actuales muestran que la contención del desvío parece débil y que las tendencias más profundas del proceso revolucionario vuelven a ganar el centro de la escena. Es necesario que los trabajadores y jóvenes combativos forjen sus propias organizaciones revolucionarias que enfrenten la trampa del desvío frente populista y unan la lucha democrática a una perspectiva anticapitalista y antiimperialista.