Las salvajes masacres donde
se calculan alrededor de 1000 muertos en el desalojo de los campamentos
de militantes de la Hermandad Musulmana (HM), la detención masiva de
dirigentes y miembros de esa organización, represión a huelgas como la
de Suez Steel y la imposición del “estado de emergencia” muestran a las
claras el carácter profundamente reaccionario del gobierno
cívico-militar surgido del golpe del 3 de julio. Por si faltara algo, la
justicia egipcia podría excarcelar al ex dictador Mubarak. Aunque
asumió prometiendo elecciones a seis meses, el gobierno está apelando a
métodos contrarrevolucionarios para restaurar el control militar sobre
la situación.
Si bien lo encabeza el presidente de la Corte Suprema (Adi Mansur) e incluye figuras civiles, su “hombre fuerte” es el Gral. al-Sissi (jefe del ejército y ministro de Defensa). Virtualmente es un “gobierno títere” de los militares, impuesto con la colaboración de sectores burgueses liberales y reformistas para apoyarse en el amplio repudio popular al depuesto presidente Mursi. Este fue un “gobierno de desvío”, surgido de elecciones y sostenido en los pactos entre los HM y el ejército (con el visto bueno imperialista). Mantuvo el aparato represivo e intentó imponer un plan neoliberal y proimperialista, bajo una constitución islamizante que atacaba las libertades democráticas conquistadas en el derrocamiento de la dictadura de Mubarak, e intentó atribuirse plenos poderes, lo que generó un amplísimo proceso de movilizaciones populares que amenazaba derribarlo revolucionariamente.
El golpe del 3 de julio buscó expropiar políticamente esa movilización de masas e imponer una salida reaccionaria a la aguda crisis política. Fracasado el intento de integrar a la Hermandad Musulmana a este plan, pues reclamaban la reposición de Morsi, el nuevo gobierno lanzó una feroz escalada represiva, acentuando sus rasgos bonapartistas.
Si bien entre importantes sectores de la población hay cierta credibilidad en los militares y sus promesas, sus brutales medidas represivas están generando un alto costo político, debilita la legitimidad del nuevo gobierno, y desnuda las contradicciones y límites que enfrenta. Está por verse si se asienta una “hoja de ruta” hacia nuevas elecciones condicionadas y una Constitución reaccionaria “retocada” para limitar la influencia islamista y garantizar las posiciones fundamentales de la gran burguesía egipcia, el ejército y del imperialismo, o asume rasgos más abiertamente dictatoriales.
El imperialismo dejó correr el golpe y se niega a definirlo como tal, sosteniendo a los militares, sus aliados y agentes claves en Egipto. Sin embargo, comenzó a ensayar algunos tibios gestos de presión, como la suspensión de la venta de armas por la Unión Europea o la demora en la entrega de ayuda militar por EE.UU., para marcar el rumbo que esperan siga el gobierno de El Cairo en una situación convulsiva, donde si se pasan de la relación de fuerzas, podría detonarse nuevas irrupciones de las masas. En el plano regional, el gobierno militar cuenta con el apoyo de la reaccionaria monarquía de Arabia Saudita, que aplastó con sus tanques el levantamiento en Bahrein y actúa para liquidar el proceso de la “primavera árabe”, y del estado de Israel que ve en la caída de la Hermandad Musulmana una oportunidad de debilitar a Hamas.
Los liberales y nacionalistas se sumaron al golpe y encubrieron a los militares y su plan. Si bien algunos, como el Baradei, que renunció como vicepresidente y se exilió en Suiza, se han distanciado para preservarse como posibles recambios políticos a futuro, no cambia su rol nefasto en la colaboración con los militares y el imperialismo. .
Lamentablemente, buena parte de las direcciones con influencia en sectores de vanguardia juvenil, también apoyaron el golpe, bajo la falsa óptica de que puesto que los islamistas son reaccionarios, no hay otra salida que sostener la variante “laica” de transición que hoy representarían Mansour y al-Sissi. Así, el movimiento Tamarod (Rebelión) que agitó la campaña contra Morsi apoya a los militares justificando su represión a los islamistas por “terroristas”, mientras que Abu Aita, ex presidente de la Federación de Sindicatos Independientes, asumió como Ministro de Trabajo, llamando a frenar las huelgas.
Pese a las medidas reaccionarias del gobierno, el proceso revolucionario no ha sido derrotado y sigue abierto, alimentado por la crisis económica y las profundas aspiraciones de las masas, que vienen haciendo una gran experiencia política. Los intereses de la clase trabajadora y las masas pobres chocan con los del poder militar, que se arroga el papel de árbitro nacional, controla un tercio de la economía y está estrechamente ligado al actual “modelo” de explotación y a los acuerdos con el imperialismo, lo que plantea un escenario de enfrentamientos entre los trabajadores y el gobierno “cívico-militar”.
Partiendo de la denuncia a las masacres y la represión del ejército y sus cómplices civiles, pero sin depositar ninguna confianza en la Hermandad Musulmana que ya demostró su carácter reaccionario cuando estuvo en el poder, es necesario desarrollar la movilización independiente de los trabajadores, los jóvenes y los sectores populares para tirar abajo al gobierno golpista e impone una asamblea constituyente revolucionaria, vale decir verdaderamente libre y soberana, sobre las ruinas del régimen y garantizada con un gobierno provisional de las organizaciones obreras y de masas que encabecen la lucha.
Vergonzosa capitulación de la la LIT-CI en Egipto
Una contribución esencial de los marxistas a la causa de la revolución egipcia y árabe es ayudar a clarificar los problemas que enfrenta y las vías para su triunfo, lo que pone sobre la mesa un problema central: ¿cómo pueden conquistar el pan, el trabajo, la libertad, los pueblos árabes en lucha? ¿es posible una democratización real, sin toma del poder por los trabajadores? Lamentablemente sectores de la izquierda socialista imaginan una fase de “revolución democrática”, previa y separada de la toma del poder por los trabajadores, lo que tiene gravísimas consecuencias políticas. Por ejemplo, la LIT-CI, corriente liderada por el PSTU de Brasil, habla de la “gran conquista de las masas” -un gran paso adelante de su “revolución democrática”- mientras los militares dan un golpe, masacran, encarcelan, imponen el estado de emergencia y avanzan en ataques que apuntan no sólo contra los HM, sino contra el conjunto del proceso revolucionario.
Según la LIT hay un avance de la revolución “por más que se plantee la contradicción de que la cúpula castrense reasuma directamente las riendas del gobierno, será una nueva victoria de las masas populares, parcial pero importantísima, pues aunque no lo destruya habrán asestado un nuevo golpazo al régimen militar” [1] Así, “A pesar de esta contradicción, la caída de Mursi se configura como una gran conquista de las masas y un nuevo golpe al régimen, que perdió a su segundo gobierno en dos años y medio a partir de la movilización popular”. ¿Cómo explica la LIT que esta “gran conquista de las masas “ haya llevado a la imposición de un gobierno militar y a las peores masacres que no se veían desde la época de Mubarak?
Siguiendo esta lógica, la LIT-CI se ubica en el “campo democrático” en nombre de “la más amplia unidad de acción” incluyendo a los políticos patronales liberales y laicos, contra los “bonapartistas”, sean islámicos o militares. Por la vía de esta claudicación a las fuerzas “liberales” se da la paradoja de que la LIT, hablando de la revolución “democrática” termina concediendo a los militares y su gobierno -aliados del imperialismo y de Israel-, legitimidad para reprimir a los islamistas. Es insólito que una organización que se reclama de izquierda plantee que la represión estatal fue “desenfrenada y completamente desproporcionada contra los militantes de la Hermandad” (...) y que si el ejército solo quisiera reprimir a la Hermandad Musulmana, “Bastaría con arrestos masivos o, como mínimo, de toda su cúpula. Tampoco sería necesario declarar un estado de emergencia (de sitio) ni un toque de queda, pues sería suficiente con ilegalizar a la Hermandad”. A la vez pide (¿a los militares?; ¿a los liberales aliados del imperialismo?) que no se se conceda “ningún derecho democrático ni de expresión para la Hermandad y sus líderes políticos mientras se movilicen por el retorno de Morsi” (sic). Parece increíble tener que recordarle a los compañeros de la LIT algo tan elemental para un revolucionario: que una cosa es que las masas derroten al gobierno reaccionario de Morsi, y otra muy distinta que quien lo haga sean las fuerzas represivas del estado capitalista, cuyo objetivo es liquidar el proceso de conjunto. Al mismo tiempo, no puede menos que llamar la atención su consigna de: “¡Elecciones inmediatas para la asamblea Constituyente libre y soberana, sin participación de militares ni de la hermandad!” [2] lo que traduce su adaptación al campo de las corrientes burguesas laicas, liberales y nacionalistas.
La política de “revolución democrática” ya llevó a la LIT y a otras organizaciones de la izquierda internacional a considerar que la caída de Kadafi en Libia, bajo la dirección de la OTAN y sus colaboradores locales era un “gran triunfo” de las masas. Ahora los lleva en Egipto a capitular a los “demócratas” que encubren al poder militar.
A dos años y medio de convulsiones y luchas de masas de todo tipo en el mundo árabe y en Egipto, demuestran que la utopía de una fase de “revolución democrática” que cambie el régimen político sin que el poder pase de manos de la burguesía a manos de la clase obrera y los oprimidos, es equivocada. No hay otra forma de satisfacer las demandas profundas de las masas y resolver íntegra y efectivamente las tareas democráticas y nacionales que la toma del poder por los trabajadores, al frente de la alianza obrera, campesina y popular.
Si bien lo encabeza el presidente de la Corte Suprema (Adi Mansur) e incluye figuras civiles, su “hombre fuerte” es el Gral. al-Sissi (jefe del ejército y ministro de Defensa). Virtualmente es un “gobierno títere” de los militares, impuesto con la colaboración de sectores burgueses liberales y reformistas para apoyarse en el amplio repudio popular al depuesto presidente Mursi. Este fue un “gobierno de desvío”, surgido de elecciones y sostenido en los pactos entre los HM y el ejército (con el visto bueno imperialista). Mantuvo el aparato represivo e intentó imponer un plan neoliberal y proimperialista, bajo una constitución islamizante que atacaba las libertades democráticas conquistadas en el derrocamiento de la dictadura de Mubarak, e intentó atribuirse plenos poderes, lo que generó un amplísimo proceso de movilizaciones populares que amenazaba derribarlo revolucionariamente.
El golpe del 3 de julio buscó expropiar políticamente esa movilización de masas e imponer una salida reaccionaria a la aguda crisis política. Fracasado el intento de integrar a la Hermandad Musulmana a este plan, pues reclamaban la reposición de Morsi, el nuevo gobierno lanzó una feroz escalada represiva, acentuando sus rasgos bonapartistas.
Si bien entre importantes sectores de la población hay cierta credibilidad en los militares y sus promesas, sus brutales medidas represivas están generando un alto costo político, debilita la legitimidad del nuevo gobierno, y desnuda las contradicciones y límites que enfrenta. Está por verse si se asienta una “hoja de ruta” hacia nuevas elecciones condicionadas y una Constitución reaccionaria “retocada” para limitar la influencia islamista y garantizar las posiciones fundamentales de la gran burguesía egipcia, el ejército y del imperialismo, o asume rasgos más abiertamente dictatoriales.
El imperialismo dejó correr el golpe y se niega a definirlo como tal, sosteniendo a los militares, sus aliados y agentes claves en Egipto. Sin embargo, comenzó a ensayar algunos tibios gestos de presión, como la suspensión de la venta de armas por la Unión Europea o la demora en la entrega de ayuda militar por EE.UU., para marcar el rumbo que esperan siga el gobierno de El Cairo en una situación convulsiva, donde si se pasan de la relación de fuerzas, podría detonarse nuevas irrupciones de las masas. En el plano regional, el gobierno militar cuenta con el apoyo de la reaccionaria monarquía de Arabia Saudita, que aplastó con sus tanques el levantamiento en Bahrein y actúa para liquidar el proceso de la “primavera árabe”, y del estado de Israel que ve en la caída de la Hermandad Musulmana una oportunidad de debilitar a Hamas.
Los liberales y nacionalistas se sumaron al golpe y encubrieron a los militares y su plan. Si bien algunos, como el Baradei, que renunció como vicepresidente y se exilió en Suiza, se han distanciado para preservarse como posibles recambios políticos a futuro, no cambia su rol nefasto en la colaboración con los militares y el imperialismo. .
Lamentablemente, buena parte de las direcciones con influencia en sectores de vanguardia juvenil, también apoyaron el golpe, bajo la falsa óptica de que puesto que los islamistas son reaccionarios, no hay otra salida que sostener la variante “laica” de transición que hoy representarían Mansour y al-Sissi. Así, el movimiento Tamarod (Rebelión) que agitó la campaña contra Morsi apoya a los militares justificando su represión a los islamistas por “terroristas”, mientras que Abu Aita, ex presidente de la Federación de Sindicatos Independientes, asumió como Ministro de Trabajo, llamando a frenar las huelgas.
Pese a las medidas reaccionarias del gobierno, el proceso revolucionario no ha sido derrotado y sigue abierto, alimentado por la crisis económica y las profundas aspiraciones de las masas, que vienen haciendo una gran experiencia política. Los intereses de la clase trabajadora y las masas pobres chocan con los del poder militar, que se arroga el papel de árbitro nacional, controla un tercio de la economía y está estrechamente ligado al actual “modelo” de explotación y a los acuerdos con el imperialismo, lo que plantea un escenario de enfrentamientos entre los trabajadores y el gobierno “cívico-militar”.
Partiendo de la denuncia a las masacres y la represión del ejército y sus cómplices civiles, pero sin depositar ninguna confianza en la Hermandad Musulmana que ya demostró su carácter reaccionario cuando estuvo en el poder, es necesario desarrollar la movilización independiente de los trabajadores, los jóvenes y los sectores populares para tirar abajo al gobierno golpista e impone una asamblea constituyente revolucionaria, vale decir verdaderamente libre y soberana, sobre las ruinas del régimen y garantizada con un gobierno provisional de las organizaciones obreras y de masas que encabecen la lucha.
Vergonzosa capitulación de la la LIT-CI en Egipto
Una contribución esencial de los marxistas a la causa de la revolución egipcia y árabe es ayudar a clarificar los problemas que enfrenta y las vías para su triunfo, lo que pone sobre la mesa un problema central: ¿cómo pueden conquistar el pan, el trabajo, la libertad, los pueblos árabes en lucha? ¿es posible una democratización real, sin toma del poder por los trabajadores? Lamentablemente sectores de la izquierda socialista imaginan una fase de “revolución democrática”, previa y separada de la toma del poder por los trabajadores, lo que tiene gravísimas consecuencias políticas. Por ejemplo, la LIT-CI, corriente liderada por el PSTU de Brasil, habla de la “gran conquista de las masas” -un gran paso adelante de su “revolución democrática”- mientras los militares dan un golpe, masacran, encarcelan, imponen el estado de emergencia y avanzan en ataques que apuntan no sólo contra los HM, sino contra el conjunto del proceso revolucionario.
Según la LIT hay un avance de la revolución “por más que se plantee la contradicción de que la cúpula castrense reasuma directamente las riendas del gobierno, será una nueva victoria de las masas populares, parcial pero importantísima, pues aunque no lo destruya habrán asestado un nuevo golpazo al régimen militar” [1] Así, “A pesar de esta contradicción, la caída de Mursi se configura como una gran conquista de las masas y un nuevo golpe al régimen, que perdió a su segundo gobierno en dos años y medio a partir de la movilización popular”. ¿Cómo explica la LIT que esta “gran conquista de las masas “ haya llevado a la imposición de un gobierno militar y a las peores masacres que no se veían desde la época de Mubarak?
Siguiendo esta lógica, la LIT-CI se ubica en el “campo democrático” en nombre de “la más amplia unidad de acción” incluyendo a los políticos patronales liberales y laicos, contra los “bonapartistas”, sean islámicos o militares. Por la vía de esta claudicación a las fuerzas “liberales” se da la paradoja de que la LIT, hablando de la revolución “democrática” termina concediendo a los militares y su gobierno -aliados del imperialismo y de Israel-, legitimidad para reprimir a los islamistas. Es insólito que una organización que se reclama de izquierda plantee que la represión estatal fue “desenfrenada y completamente desproporcionada contra los militantes de la Hermandad” (...) y que si el ejército solo quisiera reprimir a la Hermandad Musulmana, “Bastaría con arrestos masivos o, como mínimo, de toda su cúpula. Tampoco sería necesario declarar un estado de emergencia (de sitio) ni un toque de queda, pues sería suficiente con ilegalizar a la Hermandad”. A la vez pide (¿a los militares?; ¿a los liberales aliados del imperialismo?) que no se se conceda “ningún derecho democrático ni de expresión para la Hermandad y sus líderes políticos mientras se movilicen por el retorno de Morsi” (sic). Parece increíble tener que recordarle a los compañeros de la LIT algo tan elemental para un revolucionario: que una cosa es que las masas derroten al gobierno reaccionario de Morsi, y otra muy distinta que quien lo haga sean las fuerzas represivas del estado capitalista, cuyo objetivo es liquidar el proceso de conjunto. Al mismo tiempo, no puede menos que llamar la atención su consigna de: “¡Elecciones inmediatas para la asamblea Constituyente libre y soberana, sin participación de militares ni de la hermandad!” [2] lo que traduce su adaptación al campo de las corrientes burguesas laicas, liberales y nacionalistas.
La política de “revolución democrática” ya llevó a la LIT y a otras organizaciones de la izquierda internacional a considerar que la caída de Kadafi en Libia, bajo la dirección de la OTAN y sus colaboradores locales era un “gran triunfo” de las masas. Ahora los lleva en Egipto a capitular a los “demócratas” que encubren al poder militar.
A dos años y medio de convulsiones y luchas de masas de todo tipo en el mundo árabe y en Egipto, demuestran que la utopía de una fase de “revolución democrática” que cambie el régimen político sin que el poder pase de manos de la burguesía a manos de la clase obrera y los oprimidos, es equivocada. No hay otra forma de satisfacer las demandas profundas de las masas y resolver íntegra y efectivamente las tareas democráticas y nacionales que la toma del poder por los trabajadores, al frente de la alianza obrera, campesina y popular.
[1] LIT-CI, Declaración del 2/07/2013..