Jueves 19 de marzo de 2009
El domingo 15 de marzo se realizaron las elecciones presidenciales en El Salvador, y tal como ya se venía anticipando, resultó ganador el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que desde enero se había convertido potencialmente en la principal fuerza política del país, luego del triunfo en las elecciones municipales y parlamentarias. Según los últimos datos disponibles, la fórmula Mauricio Funes- Salvador Sánchez Cerén obtuvo un 51.3% de los votos, frente al 48.7% obtenido por la fórmula del ex Comandante de la Policía Nacional, Rodrigo Ávila, candidato por la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
Entre el desgaste de ARENA y las ilusiones en el FMLN
El triunfo del FMLN en las elecciones municipales y parlamentarias de enero, así como en las nacionales del 15/3, demuestran el profundo desgaste de ARENA frente a las masas trabajadoras y empobrecidas salvadoreñas, que durante dos décadas sólo han visto empeorar sus condiciones de vida.
El FMLN logra el triunfo presidencial en el marco de su completa adaptación a la institucionalidad burguesa, prometiendo preservar el orden económico y social existente, así como hacer algunas reformas para favorecer “a las mayorías”.
Las masas salvadoreñas han sido tan golpeadas por los distintos gobiernos de ARENA en los últimos años y sus esperanzas depositadas en el FMLN son tan profundas que una victoria de Ávila hubiera incluso amenazado la estabilidad del sistema de democracia burguesa salvadoreña.
Es que en medio de una crisis económica que promete ser turbulenta, el FMLN puede ser una gran fuerza de contención, no sólo en términos electorales, sino en la dinámica cotidiana de la lucha de clases. El FMLN se ha comportado como una “válvula de escape” que ha canalizado buena parte del descontento. Dispone de un aparato con muchos recursos económicos y políticos con el cual intentará de alguna manera disciplinar al movimiento de masas en posibles acciones de lucha (como huelgas o movilizaciones), y actuar en la medida de lo posible como un freno, intentando canalizar el descontento popular hacia las instituciones. El FMLN llega al gobierno con un programa burgués pero con un pasado guerrillero y “popular”, que frente a un importante sector de masas salvadoreñas en estos momentos es decisivo para el “cambio”. Es por eso que no es lo mismo que gobierne ARENA que gobierne el FMLN, con una autoridad importante frente a las masas.
El triunfo del FMLN en las elecciones municipales y parlamentarias de enero, así como en las nacionales del 15/3, demuestran el profundo desgaste de ARENA frente a las masas trabajadoras y empobrecidas salvadoreñas, que durante dos décadas sólo han visto empeorar sus condiciones de vida.
El FMLN logra el triunfo presidencial en el marco de su completa adaptación a la institucionalidad burguesa, prometiendo preservar el orden económico y social existente, así como hacer algunas reformas para favorecer “a las mayorías”.
Las masas salvadoreñas han sido tan golpeadas por los distintos gobiernos de ARENA en los últimos años y sus esperanzas depositadas en el FMLN son tan profundas que una victoria de Ávila hubiera incluso amenazado la estabilidad del sistema de democracia burguesa salvadoreña.
Es que en medio de una crisis económica que promete ser turbulenta, el FMLN puede ser una gran fuerza de contención, no sólo en términos electorales, sino en la dinámica cotidiana de la lucha de clases. El FMLN se ha comportado como una “válvula de escape” que ha canalizado buena parte del descontento. Dispone de un aparato con muchos recursos económicos y políticos con el cual intentará de alguna manera disciplinar al movimiento de masas en posibles acciones de lucha (como huelgas o movilizaciones), y actuar en la medida de lo posible como un freno, intentando canalizar el descontento popular hacia las instituciones. El FMLN llega al gobierno con un programa burgués pero con un pasado guerrillero y “popular”, que frente a un importante sector de masas salvadoreñas en estos momentos es decisivo para el “cambio”. Es por eso que no es lo mismo que gobierne ARENA que gobierne el FMLN, con una autoridad importante frente a las masas.
El FMLN gobernará para garantizar la dominación de los capitalistas nacionales y el imperialismo
Muchos analistas “progresistas” alimentan la ilusión de que el gobierno del FMLN servirá a los intereses de los trabajadores y los sectores populares salvadoreños, apelando a su pasado guerrillero. Sin embargo, días antes de la elección presidencial Mauricio Funes afirmó: “Yo quiero más empresas (...) Quiero que los pequeños sean medianos, los medianos grandes y los grandes aún más grandes” (El Diario de Hoy, 11/3). Esta es una muestra de que el FMLN no tocará los intereses de ningún empresario salvadoreño, sino que gobernará para los capitalistas, esos mismos para los que por veinte años gobernó el partido ARENA. Por eso, no es casualidad que apenas conocida la noticia de la victoria de la fórmula del FMLN “el Presidente Saca y el ex candidato Rodrigo Ávila lo felicitaron [a Funes] (…) y le corroboraron su disposición para trabajar por la reconstrucción de un nuevo país”. Apenas dos días antes de las elecciones tanto Ávila como Funes se reunieron con el encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en El Salvador, Robert Blau, quien expresó que su país trabajaría “con quien resultara ganador de las elecciones”.
Es que esta actitud de EE.UU. refleja que el imperialismo norteamericano tiene razones de peso para pensar que no hay nada que temer en El Salvador, esencialmente porque el FMLN no representa ningún peligro para sus intereses, ni económicos ni geopolíticos, en la región; sino que más bien el ex grupo guerrillero será una garantía de estabilidad.
Muchos analistas “progresistas” alimentan la ilusión de que el gobierno del FMLN servirá a los intereses de los trabajadores y los sectores populares salvadoreños, apelando a su pasado guerrillero. Sin embargo, días antes de la elección presidencial Mauricio Funes afirmó: “Yo quiero más empresas (...) Quiero que los pequeños sean medianos, los medianos grandes y los grandes aún más grandes” (El Diario de Hoy, 11/3). Esta es una muestra de que el FMLN no tocará los intereses de ningún empresario salvadoreño, sino que gobernará para los capitalistas, esos mismos para los que por veinte años gobernó el partido ARENA. Por eso, no es casualidad que apenas conocida la noticia de la victoria de la fórmula del FMLN “el Presidente Saca y el ex candidato Rodrigo Ávila lo felicitaron [a Funes] (…) y le corroboraron su disposición para trabajar por la reconstrucción de un nuevo país”. Apenas dos días antes de las elecciones tanto Ávila como Funes se reunieron con el encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en El Salvador, Robert Blau, quien expresó que su país trabajaría “con quien resultara ganador de las elecciones”.
Es que esta actitud de EE.UU. refleja que el imperialismo norteamericano tiene razones de peso para pensar que no hay nada que temer en El Salvador, esencialmente porque el FMLN no representa ningún peligro para sus intereses, ni económicos ni geopolíticos, en la región; sino que más bien el ex grupo guerrillero será una garantía de estabilidad.
El gobierno del FMLN ante un nuevo escenario regional
Funes, inspirado en la estabilidad burguesa alcanzada por Brasil en los últimos años de crecimiento económico, dice que es posible alcanzar un modelo semejante, que actúe incluso como un amortiguador de la lucha de clases en la región, que juegue un papel en la integración –burguesa– centroamericana. Pero semejantes aspiraciones se ponen cuesta arriba si analizamos el contexto económico, signado por la peor crisis desde la II Guerra Mundial.
Pero no es sólo por esto. Funes no puede repetir el ejemplo de Lula, en primer lugar por la diferencia estructural entre un pequeño país como El Salvador y Brasil, uno de los dos gigantes latinoamericanos junto a México; y en segundo término porque la combinación de neoliberalismo y asistencialismo de Lula contó con la posibilidad de apoyarse en el PT y la CUT para contener al movimiento obrero.
Funes ha hecho declaraciones claramente conciliadoras con EE.UU., buscando alejarse de Chávez y encolumnándose detrás de Lula. Ha declarado a la publicación estadounidense The Nation que “No podemos repudiar el CAFTA (Tratado de Libre Comercio de Centro América, NdeR) ni revertir la dolarización porque le enviaríamos un mensaje negativo a los inversores extranjeros, y enfrentaríamos serios problemas porque no tendríamos la suficiente inversión para estimular la economía nacional”.
Sin embargo, hay analistas que señalan que esta orientación plantea fricciones al interior del FMLN. Jorge Castañeda, hombre de consulta permanente del Departamento de Estado norteamericano y ex canciller del gobierno de Fox en México, señala que la definición de la “interna” cubana a favor del sector que denomina menos “talibán” (o sea más propicio a un entendimiento con EE.UU.), que encarnaría Raúl Castro, habría dejado sin norte al FMLN: “Sólo que todo esto, el aparato del FMLN en El Salvador o lo ignora o le resulta indiferente. Hoy, a pesar de la aparente modernidad y moderación de Mauricio Funes -el nuevo presidente-, el poder se halla en manos de Sánchez Cerén y de las fuerzas militantes, castristas y chavistas, del FMLN. Los dirigentes históricos, brillantes y modernos, del viejo FMLN -Facundo Guardado, Joaquín Villalobos, Salvador Samayoa, Ana Guadalupe Martínez, Germán Cienfuegos- lo han abandonado, o han sido abandonados por los duros.
Para todos los fines prácticos, la victoria de Funes coloca a su país en la columna de las naciones de extrema izquierda: junto con Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y, por supuesto, Venezuela. La radicalización centroamericana -que incluye las posturas errático demagógicas de Manuel Zelaya en Honduras- se acerca peligrosamente a la frontera mexicana, como si mi país no enfrentara suficientes problemas propios.
La cabeza de playa conquistada por Chávez y Ramiro Abreu en El Salvador no puede más que preocupar a México, a Washington y a muchos más” (El País, 18/3). Con el correr del gobierno veremos si estas contradicciones efectivamente se manifiestan y cuál será el alineamiento concreto del nuevo gobierno salvadoreño en la política latinoamericana, más allá de las intenciones declaradas del presidente electo. Con una gran inestabilidad política mundial y el poco margen para concesiones generado por la crisis internacional, es muy difícil que tengan éxito los intentos de diversas burguesías latinoamericanas por encolumnarse detrás de Brasil para desde ahí negociar con EE.UU. y evitar “salidas extremas” para lidiar con el movimiento de masas, ya sean por derecha (con una entrega completa al imperialismo, como fueron los gobiernos neoliberales de los ’90, o directamente con bonapartismos reaccionarios impuestos sobre la derrota de las masas), o por izquierda (gobiernos con elementos “bonapartistas sui generis de izquierda” como el de Chávez o, más aún, los gobiernos de la entreguerra de los ’30 y los ’40 del siglo XX; o frentepopulistas, como el de Evo Morales).
Funes, inspirado en la estabilidad burguesa alcanzada por Brasil en los últimos años de crecimiento económico, dice que es posible alcanzar un modelo semejante, que actúe incluso como un amortiguador de la lucha de clases en la región, que juegue un papel en la integración –burguesa– centroamericana. Pero semejantes aspiraciones se ponen cuesta arriba si analizamos el contexto económico, signado por la peor crisis desde la II Guerra Mundial.
Pero no es sólo por esto. Funes no puede repetir el ejemplo de Lula, en primer lugar por la diferencia estructural entre un pequeño país como El Salvador y Brasil, uno de los dos gigantes latinoamericanos junto a México; y en segundo término porque la combinación de neoliberalismo y asistencialismo de Lula contó con la posibilidad de apoyarse en el PT y la CUT para contener al movimiento obrero.
Funes ha hecho declaraciones claramente conciliadoras con EE.UU., buscando alejarse de Chávez y encolumnándose detrás de Lula. Ha declarado a la publicación estadounidense The Nation que “No podemos repudiar el CAFTA (Tratado de Libre Comercio de Centro América, NdeR) ni revertir la dolarización porque le enviaríamos un mensaje negativo a los inversores extranjeros, y enfrentaríamos serios problemas porque no tendríamos la suficiente inversión para estimular la economía nacional”.
Sin embargo, hay analistas que señalan que esta orientación plantea fricciones al interior del FMLN. Jorge Castañeda, hombre de consulta permanente del Departamento de Estado norteamericano y ex canciller del gobierno de Fox en México, señala que la definición de la “interna” cubana a favor del sector que denomina menos “talibán” (o sea más propicio a un entendimiento con EE.UU.), que encarnaría Raúl Castro, habría dejado sin norte al FMLN: “Sólo que todo esto, el aparato del FMLN en El Salvador o lo ignora o le resulta indiferente. Hoy, a pesar de la aparente modernidad y moderación de Mauricio Funes -el nuevo presidente-, el poder se halla en manos de Sánchez Cerén y de las fuerzas militantes, castristas y chavistas, del FMLN. Los dirigentes históricos, brillantes y modernos, del viejo FMLN -Facundo Guardado, Joaquín Villalobos, Salvador Samayoa, Ana Guadalupe Martínez, Germán Cienfuegos- lo han abandonado, o han sido abandonados por los duros.
Para todos los fines prácticos, la victoria de Funes coloca a su país en la columna de las naciones de extrema izquierda: junto con Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y, por supuesto, Venezuela. La radicalización centroamericana -que incluye las posturas errático demagógicas de Manuel Zelaya en Honduras- se acerca peligrosamente a la frontera mexicana, como si mi país no enfrentara suficientes problemas propios.
La cabeza de playa conquistada por Chávez y Ramiro Abreu en El Salvador no puede más que preocupar a México, a Washington y a muchos más” (El País, 18/3). Con el correr del gobierno veremos si estas contradicciones efectivamente se manifiestan y cuál será el alineamiento concreto del nuevo gobierno salvadoreño en la política latinoamericana, más allá de las intenciones declaradas del presidente electo. Con una gran inestabilidad política mundial y el poco margen para concesiones generado por la crisis internacional, es muy difícil que tengan éxito los intentos de diversas burguesías latinoamericanas por encolumnarse detrás de Brasil para desde ahí negociar con EE.UU. y evitar “salidas extremas” para lidiar con el movimiento de masas, ya sean por derecha (con una entrega completa al imperialismo, como fueron los gobiernos neoliberales de los ’90, o directamente con bonapartismos reaccionarios impuestos sobre la derrota de las masas), o por izquierda (gobiernos con elementos “bonapartistas sui generis de izquierda” como el de Chávez o, más aún, los gobiernos de la entreguerra de los ’30 y los ’40 del siglo XX; o frentepopulistas, como el de Evo Morales).
Los efectos de la crisis capitalista mundial en El Salvador podrían desgastar rápidamente al FMLN
Actualmente, el FMLN en el parlamento no tiene la mayoría absoluta; a nivel de alcaldías –a pesar de tener la mayoría– se enfrenta a la fuerza de ARENA en importantes sectores del país, y a nivel electoral más de un millón de personas no lo ven como su partido. Por eso, partiendo de lo anterior, es de prever que si el FMLN no satisface las ilusiones de esas masas que lo han votado para el gobierno, éstas podrían experimentar un proceso de desilusión y rechazo, que todo parece indicar podría ser dinamizado por la crisis capitalista mundial.
Es que, a diferencia de los gobiernos de “contención” de la lucha de clases que surgieron en Latinoamérica a inicios del nuevo siglo, el FMLN no tendrá la misma “suerte”, y todo esto podría impactar en la conciencia y la actividad del movimiento de masas. Aunque no es algo mecánico, es muy probable que la realidad signada por la catástrofe capitalista tarde o temprano empuje hacia nuevos procesos de lucha de clases de los trabajadores y el pueblo salvadoreño.
En El Salvador, el FMLN con su programa dice que no resolverá las demandas más sentidas por trabajadores y campesinos pobres. El FMLN dice con su programa y su práctica que no luchará siquiera por las más elementales reivindicaciones de liberación nacional respecto a la opresión imperialista. En lo fundamental, todo continuará igual, los capitalistas enriqueciéndose a manos llenas, los trabajadores pagando la crisis, y el sistema capitalista intacto; desde luego si no se desarrollan combates victoriosos de lucha de clases.
Por eso, es necesario construir un gran partido revolucionario de la clase obrera, leninista y de combate, armado de la experiencia histórica y las mejores lecciones de la lucha de clases del siglo pasado y del nuevo que vivimos, que sea capaz de colocar al proletariado como caudillo de la nación arrastrando tras de sí a los campesinos y al pueblo pobre; para luchar por la revolución socialista en El Salvador, Centroamérica, Latinoamérica, y el mundo entero.
Actualmente, el FMLN en el parlamento no tiene la mayoría absoluta; a nivel de alcaldías –a pesar de tener la mayoría– se enfrenta a la fuerza de ARENA en importantes sectores del país, y a nivel electoral más de un millón de personas no lo ven como su partido. Por eso, partiendo de lo anterior, es de prever que si el FMLN no satisface las ilusiones de esas masas que lo han votado para el gobierno, éstas podrían experimentar un proceso de desilusión y rechazo, que todo parece indicar podría ser dinamizado por la crisis capitalista mundial.
Es que, a diferencia de los gobiernos de “contención” de la lucha de clases que surgieron en Latinoamérica a inicios del nuevo siglo, el FMLN no tendrá la misma “suerte”, y todo esto podría impactar en la conciencia y la actividad del movimiento de masas. Aunque no es algo mecánico, es muy probable que la realidad signada por la catástrofe capitalista tarde o temprano empuje hacia nuevos procesos de lucha de clases de los trabajadores y el pueblo salvadoreño.
En El Salvador, el FMLN con su programa dice que no resolverá las demandas más sentidas por trabajadores y campesinos pobres. El FMLN dice con su programa y su práctica que no luchará siquiera por las más elementales reivindicaciones de liberación nacional respecto a la opresión imperialista. En lo fundamental, todo continuará igual, los capitalistas enriqueciéndose a manos llenas, los trabajadores pagando la crisis, y el sistema capitalista intacto; desde luego si no se desarrollan combates victoriosos de lucha de clases.
Por eso, es necesario construir un gran partido revolucionario de la clase obrera, leninista y de combate, armado de la experiencia histórica y las mejores lecciones de la lucha de clases del siglo pasado y del nuevo que vivimos, que sea capaz de colocar al proletariado como caudillo de la nación arrastrando tras de sí a los campesinos y al pueblo pobre; para luchar por la revolución socialista en El Salvador, Centroamérica, Latinoamérica, y el mundo entero.