por Paula Bach
No estamos a las puertas de una recesión más de las tantas que el capitalismo sufrió desde el fin del denominado “boom de posguerra”. Tampoco estamos ante un proceso independiente del iniciado en 2006/7 en Estados Unidos y a fines de 2008 a nivel internacional con la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers.
Es cierto que la combinación de la intervención masiva de los Estados sobre la economía luego de la caída de Lehman y las grandes desigualdades reinantes entre las economías de los países centrales y aquellas de los países semicoloniales o dependientes como China, evitó –por un corto período- que la Gran Recesión (en la cual por primera vez desde la segunda posguerra la economía mundial arrojó un crecimiento negativo) se convirtiera en una depresión económica mundial. Las condiciones que habían regido la división internacional del trabajo durante los últimos 20 años se reestablecieron aunque de una forma mucho más crítica. El PBI mundial creció a un nivel elevado de alrededor del 5% durante el año pasado. Estas condiciones abonaron la idea -tanto desde el establishment como incluso desde sectores de izquierda- de que la crisis abierta había concluido quedando para ellos respondido el interrogante que se había planteado al inicio de la crisis: su magnitud no había sido como la de los años ‘30.
Sin embargo…
El proceso actual es la consecuencia del fracaso de las medidas de intervención estatal para conjurar la crisis. Las sumas billonarias invertidas por los Estados destinadas a salvar fundamentalmente a los grandes bancos de inversión y comerciales, y algunas grandes corporaciones, no sólo no lograron resolver el problema de deuda privada que fue la manifestación inicial de la crisis sino que generaron una enorme crisis de deuda pública. Los estados absorbieron parte importante de la deuda privada transformándola en deuda pública. La resultante fue que los bancos, una vez rescatados, retomaron su operatoria de alto riesgo como si nada hubiera sucedido y además se dedicaron a financiar gran parte de la deuda de los estados que en la medida en que deviene más riesgosa, arroja cada vez mayores intereses y por lo tanto, mayores ganancias. La debilidad de los Estados se fue convirtiendo progresivamente en la debilidad de los bancos y en la de toda la economía. De este modo, la “descapitalización” que azota a la banca europea es un complejo entramado de deuda pública, deuda privada y deuda interbancaria. “La crisis de deuda de Europa ha elevado en € 300.000 millones la exposición de los bancos de la región a los riesgos de nuevas conmociones, por lo que las entidades necesitan recapitalizarse para lidiar con potenciales pérdidas”, anunció el FMI la semana pasada. La desvalorización de las deudas de las economías en situación más vulnerable como Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia, incrementó sideralmente la exposición al riesgo de los bancos acreedores. El caso más crítico es el de los bancos franceses que son los que están más comprometidos en la deuda pública y privada de Grecia. Si en los balances de los bancos franceses se reflejaran las deudas incobrables de sus deudores privados y la quita esperada de la deuda pública, estarían quebrados.
Si se toman en consideración muy posibles quitas de las deudas de Portugal e Irlanda y en particular de España e Italia, la banca europea quedaría en estado de insolvencia. A su vez las instituciones financieras están estrechamente conectadas entre sí con lo cual la exposición en los países en cuestión hace que el riesgo sea mucho mayor e incrementa los costos de los préstamos interbancarios. Las caídas bursátiles reflejan esta situación siendo claramente las más afectadas las acciones bancarias. En consecuencia los bancos están cortando la financiación a empresas muy endeudadas e incrementando las tendencias recesivas en Europa. Al otro lado del Atlántico, Obama intenta aprovechar el terremoto europeo para disimular la profundidad de la crisis norteamericana. Con un crecimiento del 0,7% en los últimos 6 meses, una aguda crisis de deuda pública y una amenazante crisis bancaria con epicentro en el mayor banco norteamericano, Bank of America que viene registrando fuertes caídas por el temor a que se vea imposibilitado de aumentar masivamente su capital para hacer frente a problemas legales por la venta de productos atados a hipotecas durante 2008/9 asociados a la adquisición (autorizada en 2008 por la FED) de Merrill Lynch y de la financiera Countrywide Finantial, la mayor entidad de préstamos hipotecarios de Estados Unidos, la economía está al borde de la recesión. Existen serios desacuerdos al interior de la Reserva Federal respecto de cómo actuar así como una serie de “pases de factura” entre la FED, el Congreso y el Tesoro. A ciencia cierta pareciera que nadie sabe muy bien qué hacer para reimpulsar la economía norteamericana. La reciente y extremadamente tibia “Operación Twist” consistente en cambiar 400.000 millones de dólares de títulos de corto plazo de la Reserva Federal por el mismo monto en títulos de largo plazo, buscaba bajar la tasa de interés de largo plazo y lograr que los inversores coloquen dinero en otros activos que puedan contribuir a generar algún tipo de reactivación de la economía. La operatoria que a diferencia de los programas de flexibilización cuantitativa, no expande la masa de dinero en el mercado resultó en un rotundo fracaso que encima terminó abonando una pequeña pero no deseada suba en las tasas de interés de corto plazo y un nuevo temblor de las bolsas del mundo que se combinó con la turbulencia proveniente de Europa.
La “riqueza” nacional de los pueblos
Si los Estados rescataron a los bancos y si los bancos retornaron rápidamente a la operatoria de altísimo riego y si luego hicieron grandes ganancias con las deudas de los estados ¿Quién debería pagar las deudas incobrables?
Respuesta: los “poseedores” de la deuda pública a la que, hace muchos años, Marx definió con cierta ironía como “La única parte de la riqueza nacional que realmente entra en la posesión colectiva de los pueblos modernos.” El pago de las deudas públicas mediante las cuales se garantizó la continuidad de los negocios bancarios recae sobre los trabajadores y sectores populares en esta infinita serie de ajustes desorbitados que estamos viendo en particular en Europa pero también en Estados Unidos. El caso más paradigmático es Grecia que tiene en vilo a toda Europa y donde se acaba de votar un “servicio” más a la Troika para suplicar el sexto tramo de rescate. El parlamento griego votó la implementación de una tasa inmobiliaria que van a pagar hasta los jubilados a los cuales se les redujo la pensión, los trabajadores a los cuáles se les redujeron los sueldos y los desocupados que los hay por miles como consecuencia de la oleada masiva de despidos en el estado y los tres años de recesión que ya lleva la economía. Así los bancos ganan y los trabajadores y sectores populares pagan ¡Todo sea porque la “nación” griega no deje de pagar a los bancos europeos!
No va a ser igual
La impotencia de las medidas estatales no sólo agudizó la crisis económica sino que profundizó todos los elementos latentes de crisis política. Esto es claro tanto en Europa con todas las contradicciones que se están provocando al interior de Alemania, del BCE y la Unión Europea como en Estados Unidos con la puja republicano/demócrata y el fortalecimiento del ala ultraderecha Tea Party. La crisis política se expresa tanto por arriba como por abajo con el movimiento de los indignados, el recrudecimiento xenófobo en Europa, y el fortalecimiento de la ultraderecha en Estados Unidos. El fracaso de las medidas de rescate no sólo se hace patente en la amenaza de recesión sino en las dificultades para implementar políticas de coordinación entre los estados orientadas a evitar un nuevo estallido a pesar de que ningún sector burgués serio lo desea. En este contexto, más allá de los escenarios inmediatos, más allá de si la burguesía pierde el control de la crisis o la sigue gestionando con serias dificultades como hasta ahora -cuestión que implicaría algún tipo de acuerdo que incluya ya sea una reducción de la tasa de interés del BCE o una ampliación del Fondo de Estabilidad Financiera y el otorgamiento del sexto tramo de “rescate” a Grecia- el pronóstico de esta fase de la crisis económica mundial no puede ser igual (ya no lo es) a como se dio la primera fase que se desarrolló entre fines de 2008 y principios de 2011. Si tenemos en cuenta la crisis de los mecanismos de intervención a los que estamos asistiendo y la amenaza de las tendencias recesivas, así como que es muy probable que en este contexto la producción china (cuya economía alberga nuevas tensiones) no pueda seguir “desembocando” como hasta ahora en EEUU y en la UE, es muy posible que estemos a las puertas de una fase recesiva prolongada que tienda a profundizarse en los próximos años y que podría tener características de depresión.
La crisis actual es muy distinta a la crisis de los años 30 pero es comparable a ella por la magnitud de los problemas que pone en escena. Como en aquel período, estarán planteados giros de proporciones históricas y el replanteo de las actuales relaciones internacionales entre los estados y entre las clases sociales. Ni Estados Unidos ni Alemania van a administrar tranquila y pacíficamente su decadencia. Ya sea por una pérdida del control de la crisis ante un escenario de quiebras bancarias en cadena como sucedió a fines de 2008 con Lehman Brothers o a través de una recesión (¿Depresión?) prolongada en la que por ejemplo, una serie de devaluaciones competitivas (como ya anunció Suiza y en parte Brasil) le hagan perder a Estados Unidos el control del valor del dólar mediante modificaciones en la tasa de interés (como sucede desde el año ‘71), los principales Estados capitalistas van a intervenir sobre la economía con “otros métodos” para evitar el quiebre del funcionamiento de la ley del valor y de sus posiciones relativas. Ser consecuentes con una caracterización tal de la crisis implica prepararse para convulsiones mucho mayores de las que ya estamos viendo, con tendencias más claras tanto contrarrevolucionarias como revolucionarias, que reactualizarán el programa y los métodos históricos de la clase obrera.